Título: Libro de la Defensa Nacional de Chile - Parte I: fundamentos de la defensa
PARTE I: FUNDAMENTOS DE LA DEFENSA
Todo país produce defensa para prevenir o contribuir a resolver conflictos con otros países. Es decir, la defensa supone la posibilidad de conflicto y éste, a su vez, presupone la existencia de un conjunto de principios, bienes y objetivos que es particular de cada pueblo. En términos generales el conflicto surge cuando hay oposición entre este conjunto de elementos de una nación y un conjunto similar de otra, y la defensa se genera cuando una nación estima que sus Objetivos Nacionales están de tal modo amenazados que está dispuesta a protegerlos. En este sentido, la defensa es la acción que una nación opone al empleo de la fuerza, o a la amenaza de emplearla, que otra nación dirige contra sus intereses esenciales.
Esta disposición a proteger los intereses vitales, incluida la soberanía, la independencia para decidir respecto del propio destino, obliga a toda nación a conocer la naturaleza y dinámica de los conflictos entre las sociedades humanas, especialmente aquellos capaces de poner en peligro a las personas y sus bienes, tangibles e intangibles, que se considera imprescindible proteger para seguir existiendo como nación singular entre las naciones. El conocimiento del conflicto no se reduce a comprenderlo en el plano teórico sino a entenderlo en función de la realidad geográfica, política y humana donde eventualmente puede producirse. De aquí que parte importante de la tarea de defensa es identificar posibles amenazas y apreciarlas adecuadamente para determinar si el país se encuentra o no enfrentado a una hipótesis de conflicto y cuál es su probabilidad de ocurrencia. Sin duda en la compleja realidad donde el conflicto se incuba se combinan tanto variables objetivas como subjetivas. Las primeras son más fáciles de apreciar que las segundas, puesto que éstas incluyen incluso la posibilidad de que el conflicto sea considerado por otras naciones como una opción para resolver una oposición de intereses.
CAPÍTULO I: PRINCIPIOS Y OBJETIVOS DEL ESTADO DE CHILE
En última instancia, los fundamentos en que toda defensa se cimenta corresponden a las piezas más elementales del Estado-Nación. Por eso es que este primer "Libro chileno de la Defensa Nacional" se inicia, precisamente, con un capítulo dedicado a los "Principios y objetivos del Estado de Chile". Es decir, aquellos elementos que configuran parte de los bienes y propósitos que Chile está dispuesto a proteger, porque son los que animan su ser y le confieren identidad entre las naciones.
1. PRINCIPIOS BÁSICOS DEL ESTADO
La Constitución de 1980, en su Capítulo I sobre Bases de la Institucionalidad, recoge un conjunto de principios, o directrices globales, que orientan y fundamentan el orden jurídico interno de nuestro país. Ellos representan la tradición constitucional y republicana de Chile independiente.
Se trata de principios reconocidos también por todos los países que comparten las premisas del régimen democrático y del respeto a la persona humana y sus derechos. Pero cada país, según su propio modo de vivir, les imprime su sello particular en la tarea de darles vigencia cotidiana, profundizando sus contenidos y aplicación frente a los nuevos desafíos.
En Chile existe un amplio reconocimiento de la persona humana, su dignidad y derechos, así como de las comunidades en que aquélla se desarrolla, partiendo por la familia. Este reconocimiento implica para el Estado un conjunto exigente de deberes y tareas. De este modo, el pleno respeto de los derechos de las personas impone al Estado las siguientes finalidades:
* Estar al servicio de la persona humana y promover el bien común.
* Respetar y promover los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana.
* Proteger a la familia, núcleo fundamental de la sociedad, y propender a su fortalecimiento.
* Proteger a la población.
* Promover la integración armónica de todos los sectores de la Nación.
* Contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y cada uno de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible.
De estos principios y, sobre todo, de la dignidad e igualdad inherente a todas las personas, se deducen objetivos socio-económicos prioritarios del país, tales como la cohesión e integración social y la superación de la pobreza, que son elementos consustanciales a su desarrollo.
Chile es una República democrática que se caracteriza por la vigencia del Estado de Derecho bajo los principios de la supremacía constitucional, de legalidad, de tutela judicial y de control de los actos de la administración del Estado. Se trata de una democracia participativa e integradora, puesto que es deber del Estado asegurar el derecho de las personas a participar con igualdad de oportunidades en la vida nacional. Asimismo, es una democracia pluralista, fundada en las libertades individuales y de expresión de todas las opiniones y creencias.
El Estado de Chile, en el ámbito interno, despliega absolutamente su poder soberano a lo largo de todo su territorio y ocupa plenamente su espacio aéreo y terrestre, marítimo y aéreo en su triple condición de país continental, insular y antártico, con estricto apego a la Constitución Política de la República y los tratados internacionales correspondientes. En sus relaciones con otros Estados, Chile adhiere y respeta íntegramente los principios de la resolución pacífica de las controversias, a través de mecanismos de diálogo y entendimiento, el principio de no intervención en los asuntos internos de otros Estados, y el respeto y promoción de los tratados y acuerdos internacionales.
2. OBJETIVOS NACIONALES
Chile ha definido ciertas metas que su experiencia histórica, su acervo cultural, la idiosincrasia de su pueblo, su nivel de desarrollo y sus potencialidades, permiten suponer fundadamente que constituyen aspiraciones de las grandes mayorías nacionales. Estos objetivos son permanentes, puesto que dan coherencia y orientan la actividad global del Estado y le garantizan al país su plena independencia e identidad en el seno de la comunidad de naciones.
Son Objetivos Nacionales Permanentes:
* La permanencia de la Nación chilena.
* La conservación y enriquecimiento de su identidad y patrimonio cultural.
* La mantención de su independencia política.
* La mantención de la soberanía del Estado de Chile.
* La mantención de la integridad del territorio nacional.
* El logro, y mantención, de un desarrollo económico alto, sostenido y sustentable.
* El logro de un desarrollo social acorde con el desarrollo económico, sobre la base de la capacidad individual e iguales oportunidades para todos.
* La mantención de una convivencia ciudadana pacífica y solidaria.
* La mantención de buenas relaciones internacionales.
Junto con ser permanentes, los objetivos mencionados se actualizan conforme el país se va desarrollando y adquieren concreción en decisiones, instrumentos y acciones que expresan la voluntad política de las instituciones democráticas chilenas. De aquí que se distinga entre los Objetivos Permanentes y los Objetivos Actuales (o políticos) del país. Estos últimos corresponden a la forma en que los gobiernos traducen en medidas, con criterios de Estado y, por tanto, con un horizonte temporal que no necesariamente se agota en sus propios períodos, los Objetivos Nacionales Permanentes.
Como es natural, mientras mayor conciencia y consenso exista respecto de la meta final por alcanzar, que son los Objetivos Nacionales, más fácil será lograr la adhesión ciudadana en cuanto a la necesidad de comprometerse con la defensa y la seguridad del país.
Tanto los Objetivos Nacionales Permanentes como los Actuales son la base a partir de la cual se elabora un documento analítico de nivel político-estratégico, denominado Apreciación Global Política Estratégica. En él se analizan los Objetivos Nacionales propios y las situaciones de otros países, de modo de deducir las oportunidades de cooperación, según las coincidencias que existan, e identificar las hipótesis de conflicto, en caso de haber oposición entre ellos. Este análisis es fundamental para la elaboración de la Política de Defensa, que busca establecer los criterios para coordinar y armonizar las distintas actividades nacionales que contribuyen a materializar la Defensa Nacional.
3. OBJETIVOS DE LA DEFENSA NACIONAL
El quehacer de la defensa contribuye decisivamente a crear una determinada condición de seguridad que permite disuadir o neutralizar las interferencias que desde el exterior puedan alzarse contra el fin último del Estado: el Bien Común de la Nación, representado por los Objetivos Nacionales. Consecuentemente, la Defensa Nacional tiene por objetivos propios, derivados de los Objetivos Nacionales, los cuales, a su vez, contribuye a satisfacer. Estos objetivos son:
* Conservar la independencia y soberanía del país.
* Mantener la integridad territorial de Chile.
* Contribuir a preservar la institucionalidad y el Estado de Derecho.
* Resguardar, fortalecer y renovar nuestra identidad histórica y cultural.
* Crear las condiciones de seguridad externa fundamentales para lograr el bien común de la Nación.
* Contribuir a desarrollar, equilibrada y armónicamente, el Poder Nacional.
* Fortalecer el compromiso ciudadano con la defensa.
* Apoyar la proyección internacional de Chile.
* Contribuir a la mantención y promoción de la paz y la seguridad internacionales, en acuerdo con el interés nacional.
La satisfacción de estos objetivos impone al país la necesidad de tener una política diplomática activa a favor del desarrollo, la paz regional y de la solución pacífica de las controversias. Asimismo, supone la mantención de una Política de Defensa no agresiva, pero sí disuasiva, basada en el desarrollo pleno y equilibrado de las capacidades del Estado de Chile y, en particular, manteniendo fuerzas debidamente equipadas y entrenadas, suficientes para prevenir y neutralizar cualquier amenaza externa o repeler una eventual agresión exterior, en el lapso más corto y con los menores daños posibles para el país, e imponiendo condiciones favorables para el restablecimiento de la paz.
CAPÍTULO II: EL CONFLICTO INTERNACIONAL
El conflicto pervive con los hombres desde el inicio de la historia y es parte de la relación entre las naciones. Esta persistencia a lo largo del tiempo y su carácter universal hacen del conflicto internacional un fenómeno consustancial a cualquier defensa. Por ello se le destinó un capítulo específico al comienzo de este documento, donde se aborda el tema desde una perspectiva teórica y general.
1. NATURALEZA DEL CONFLICTO
El conflicto internacional ha sido objeto de múltiples teorías o escuelas, desde las idealistas a las realistas. Estas teorías se encuentran en la base de la noción de la defensa que poseen los ciudadanos de un país. Todas justifican o impugnan el uso de la fuerza, o la amenaza de su uso, con el propósito de neutralizar o dirimir un conflicto. En último análisis, el fundamento de las diferencias gira en torno a la existencia o no de ciertas propensiones naturales en el ser humano, como la violencia. Este debate es tan antiguo como el hombre mismo y no ha podido ser resuelto apelando a esos términos.
Al margen del debate, el conflicto existe, ha acompañado al hombre desde siempre y no se vislumbra el momento en que puedan darse garantías de que ha dejado de existir. Es cierto que, en alguna medida, se ha podido avanzar en su control, pero este control relativo o parcial no asegura que el conflicto no se produzca ni que esté erradicado. En consecuencia. los Estados prefieren sostenerse no en la precaria ilusión que proporciona el control relativo, sino en la más cierta realidad de que el conflicto existe y seguirá existiendo. Es decir, todo Estado responsable debe prever la situación de un escenario adverso.
En general, las diversas teorías sobre el conflicto pueden agruparse en aquellas que, en las relaciones entre los Estados, dan excesiva y exclusiva preponderancia a la imparcialidad de los factores de poder y a los vínculos mutuos en función de principios compartidos entre las naciones (idealismo), y aquellas que la dan al antagonismo natural entre los distintos grupos humanos, lo que se expresa en la lucha permanente y excluyente por la denominación de unos sobre otros (realismo).
No cabe duda que estas orientaciones no explican toda la gama e intensidad de los conflictos que pueden generarse entre Estados, así como tampoco explican la compleja y rica naturaleza de sus relaciones. Conviene, por lo mismo, analizar el conflicto a partir de sus potenciales orígenes o fuentes.
2. ORIGEN DEL CONFLICTO
Los conflictos pueden surgir a causa de intereses contrapuestos relativos a factores históricos, étnicos, sociales, religiosos, económicos o ideológicos. Con todo, son razones geopolíticas, intereses económicos o acciones políticas las que, más recurrentemente, producen un conflicto internacional, aún cuando la causa aparente o coyuntural pueda ser distinta.
2.1. Factores histórico-políticos
Una extendida fuente de conflictos bélicos es el nacimiento de nuevos Estados a partir de procesos de disgregación, desintegración o colapso de las estructuras políticas en que un pueblo estaba, voluntaria o forzadamente, inmerso. Los tipos de conflicto que esta causa produce son variados: son típicos los conflictos de independencia o de secesión, como los ocurridos entre las emergentes naciones americanas y España durante el siglo XIX o como los producidos tras el colapso de la Unión Soviética o de Yugoslavia durante el siglo XX.
En gran medida, los conflictos por descolonización en el mundo ya son historia, pero aún quedan casos pendientes. Como se sabe, una segunda ola de conflictos de cuño colonial, en la era moderna, plagó los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial hasta principios de la década de los setenta. Sin embargo, los casos pendientes han pasado a ser objeto de preocupación de la comunidad internacional a través de sus principales organismos multilaterales.
En cierto sentido, durante la segunda mitad del siglo XX los conflictos de descolonización pasaron a ser reemplazados por los de secesión, especialmente en el área que estuvo dominada por la desaparecida Unión Soviética. Se trata de conflictos planteados por una comunidad que, viviendo al interior de un Estado, muestra su voluntad de secesión en virtud de razones étnicas o, incluso, religiosas. Usualmente, tal voluntad es catalizada por movimientos nacionalistas que reivindican determinados rasgos culturales comunes y exclusivos de dicha comunidad, y promueven su independencia. Ha habido comunidades que consiguen separarse pacíficamente, como fue el caso de Checoslovaquia entre 1989 y 1993, de la que resultaron dos Estados: la República Checa (o Chequia), con capital en Praga, y Eslovaquia, con capital en Bratislava)(1). Pero es preciso subrayar que casos semejantes son singulares y en absoluto comunes.
Por lo general, ante conflictos de tipo secesionista la comunidad internacional adopta una posición neutral, sobre la base del principio de no intervención en asuntos que le competen a los Estados en cuestión, máxime si se trata de países con regímenes democráticos. Sin embargo, dependiendo de cuáles sean los países involucrados y del teatro o lugar donde ocurren, los conflictos secesionistas que llegan al plano bélico han llevado crecientemente al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a abandonar ese papel neutro.
Como es lógico, la lucha por la independencia política de un nuevo Estado deriva en el ejercicio pleno e incontestado de su soberanía sobre el territorio que reclama o, finalmente, obtiene para si. Cuando el proceso de ruptura ocurre en un gran espacio geográfico, como fue el caso de la América hispana, la consolidación nacional y la dificultad de establecer límites territoriales exactos, suele surgir como una nueva fuente de potenciales dificultades.
Pese a que América del Sur no ha estado exenta de conflictos armados suscitados por esta causa, el refrendo jurídico en tratados internacionales de aquella realidad histórica fue el instrumento principal y preferente por el que se optó para solucionar conflictos declarados o conjurar conflictos latentes, y así dar certidumbre a los nuevos países nacidos de la desintegración del imperio español. Esta preferencia se mantuvo en el tiempo, de modo que puede decirse que el ámbito básico de resolución de conflictos en el subcontinente ha sido y continúa siendo el de las relaciones bilaterales y el diálogo directo entre los países involucrados. En ocasiones, terceros países han brindado su concurso en papeles de arbitraje, pero, en general, no constituyen un asunto por el cual la comunidad internacional deba velar directamente.
2.2. Factores político-ideológicos
Durante el siglo XX, el cariz de los conflictos alcanzó la máxima extensión e intensidad. Certeramente, entonces, se le ha denominado como el siglo más cruel en toda la historia de la humanidad. En este período surgió el conflicto de naturaleza ideológica y con alcances globales, ya que afectó, de una u otra forma, a todos los puntos de la tierra. El impacto político, económico y cultural de las dos guerras mundiales y del conflicto que, después de 1945, se conoció como Guerra Fría, polarizó interna y externamente a los países con diverso grado de intensidad.
La disuasión nuclear y la previsible devastación planetaria como consecuencia de una Tercera Guerra Mundial, entre otros factores, influyeron en la configuración de un cierto orden internacional con referentes políticos e ideológicos claros a los que la generalidad de las naciones adscribía. Con el colapso del sistema soviético, en 1989, terminó este orden de la Guerra Fría. Sin embargo, después de esa fecha se mantuvieron algunos conflictos en cuyo origen se podía, y aún se puede, rastrear fundamentos de tipo ideológico.
2.3. Factores político-culturales
La tarea de configurar un nuevo orden mundial, más justo, equilibrado y digno para todas las naciones, está signada de esperanzas y riesgos. Uno de los problemas de este proceso es la influencia de diversas variables que pueden dificultar o mejorar las relaciones entre países o alianzas de éstos. Los Estados, unidades políticas básicas de las relaciones internacionales, se ven sometidos a fuertes presiones producto de la actividad de organismos internacionales que dedican su atención al ámbito doméstico en un número creciente de materias. Este fenómeno, en sí mismo, no es nuevo en el siempre difícil ejercicio de los países de ser soberanos y adoptar sus decisiones con plena independencia política. Pero se hace más complejo para los países pequeños y medianos que, además, están expuestos a influencias hegemónicas.
En ese contexto, las fuentes recurrentes de tensiones internacionales en las últimas dos décadas del siglo XX han sido el auge del fundamentalismo islámico, entendido como un proceso de oposición a la modernización occidental y a su cultura; la presión de la inmigración sobre los países desarrollados o con mejores perspectivas de crecimiento; las crecientes muestras de xenofobia popular en contra de inmigrantes; las desigualdades al interior de los países entre ricos y pobres, así como las disparidades de desarrollo entre países próximos; el terrorismo de cualquier origen: las mafias internacionales; el narcotráfico; la depredación del medio ambiente; la escasez de bienes fundamentales, como el agua o fuentes de energía; los desechos nucleares en cuanto a su tratamiento, traslado y depósito, entre otras. En sí mismos, éstos son factores de conflicto que en su sumatoria e intensidad pueden graduarse en una escala que va desde una fase meramente política a una de enfrentamiento bélico, con todo tipo de matices, pasando esencialmente por la crisis internacional.
Otros factores que pueden desencadenar conflictos son la extensión de las redes del narcotráfico y el creciente y fácil acceso a armas y medios de destrucción por parte de grupos irregulares. El volumen de dinero que genera la comercialización de droga ha otorgado a los grupos de traficantes un poder de corrupción y extorsión que los convierte en un peligro del que ningún Estado está al margen. Por otra parte, el mercado negro de las armas, estimulado por procesos de desarme de ejércitos convencionales -no completamente regulados ni controlados, y fundados en razones ideológicas o estratégicas-, así como por la profusión de medios para estimular la fabricación de armas, ha incrementado las oportunidades para acciones irregulares que condicionan el ejercicio de la soberanía de los Estados, de sus poderes públicos o de las relaciones entre países. El control del narcotráfico y de la violencia no oficial será para los Estados un desafío importante en el propósito de conjurar algunas de las fuentes de posibles conflictos futuros.
3. TIPOS DE CONFLICTO
La clasificación de los conflictos es variable, según los factores en función de los cuales se intente tipificarlos: duración, intensidad, amplitud, ámbitos de ocurrencia, naturaleza de los actores involucrados, cantidad de actores, etc. Siguiendo estos criterios, una clasificación simple permitiría identificar conflictos de larga y corta duración; de alta, media y baja intensidad; locales, regionales y globales; externos o internacionales e internos o nacionales; regulares e irregulares, bilaterales o multilaterales. Más allá de esta clasificación, lo que aquí cabe preguntarse es si, en vista de la evolución de las condiciones internacionales, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, algunas formas de conflicto resultan hoy más probables que otras.
Sin descontar la posibilidad de una conflagración mayor entre dos o más países, pareciera que, en un contexto mundial caracterizado por crecientes tendencias globalizadoras y de integración regional, es posible que el conflicto se materialice con mayor frecuencia como crisis que como guerra propiamente tal.
3.1. La guerra
En términos genéricos, se trata de una confrontación armada y violenta entre dos o más Estados soberanos que luchan para resolver una contraposición de intereses en que se ven amenazados objetivos vitales, usualmente asociados a lo que consideran necesidades de supervivencia. Sin embargo, no es fácil definir cuándo una confrontación armada es realmente una guerra. Por ejemplo, desde la perspectiva de las grandes potencias, hay conflictos armados que no constituyen guerra; incluso se plantea que para ser considerada como tal, la confrontación debería producir número de bajas superior a los mil combatientes. En cambio, las potencias menores enfrentan la mayoría de los conflictos armados como una guerra, aún cuando pueda ser de objetivo limitado.
La guerra no es un fin en sí misma, sino sólo un medio para lograr una paz más estable y duradera. Es el último recurso del que disponen los pueblos para alcanzar lo que estiman de justicia, después de haber agotado todas las instancias para alcanzar una solución por medios pacíficos. Lamentablemente, no todas las guerras han tenido como móvil la justicia, ni la paz como meta, puesto que las ha habido de conquista, de hegemonía y de simple sojuzgamiento del más débil.
En todo caso, la guerra no surge intempestivamente. Supone la existencia de intereses nacionales contrapuestos y de antagonismos diversos. Por lo general, es el resultado de un proceso de tensión creciente cuya duración es variable. Normalmente, se llega a la guerra sólo después del fracaso de las iniciativas político-diplomáticas de los gobiernos involucrados por encontrar una solución a la (o las) causa(s) de la tensión. En otras palabras, la guerra suele ir precedida de una crisis y puede iniciarse tanto por un acto de guerra como por una declaración formal de hostilidades, aunque esta última no es un requisito necesario.
A partir de la Revolución Francesa, y especialmente después del fin de la Segunda Guerra Mundial, el fenómeno bélico varió desde una noción de centrada en el choque armado mismo entre dos fuerzas militares a la noción de defensa nacional, en tanto el conflicto involucra a toda la población de un país y al conjunto de su Poder Nacional. En la actualidad, es genéricamente aceptada la idea de que, si bien la defensa de un país reserva un papel fundamental a las Fuerzas Armadas, es en definitiva la sociedad en su conjunto, con todos sus componentes y rasgos, la que se defiende y disuade.
Cuando se enfrenta una guerra, es decir, una situación donde están amenazados los intereses vitales del país, se debe poner en juego toda la capacidad de la Defensa Nacional y el Estado readecúa su funcionamiento institucional. Este proceso se efectúa a través de la movilización. (2)
3.2. La crisis
Además de ser considerada como la etapa previa de una guerra, la crisis puede ser un instrumento político que un Estado emplee deliberadamente para alcanzar ciertos objetivos. Desde la última perspectiva, una crisis puede estar inspirada por intereses de diverso orden: políticos, económicos, estratégicos, étnicos, sociales, etc., pero el factor esencial para que sea un instrumento exitoso es que los intereses que están en juego no sean de una importancia mayor, ni mucho menos vital para el oponente, de manera que esté dispuesto a resignarlos ante las presiones o demandas recibidas.
Es un conflicto de intensidad limitada, en el que los fines se alcanzan sin recurrir al empleo generalizado e intenso de la fuerza militar. Se trata de lograr ciertos objetivos mediante presiones o negociaciones, sin llegar al enfrentamiento. Eso sí, aún cuando es una condición esencial el no empleo o empleo limitado de la fuerza militar, siempre estará presente la posibilidad y el riesgo de que, por muchas y diferentes razones, el conflicto no se pueda revertir, se intensifique y se llegue al uso generalizado y violento de la fuerza. Naturalmente, la probabilidad de que una crisis escale es mayor en el ámbito vecinal que en áreas extra-vecinales.
Si se acepta que las actuales tendencias globalizadoras e integradoras se mantendrían en el futuro, entonces es posible concebir la crisis como una de las formas más recurrentes que adoptará el conflicto. De aquí que se haga necesario establecer parámetros para determinar qué situaciones pueden desembocar en crisis, de modo de manejarlas adecuadamente. Precisamente, el "manejo de crisis" es un método de solución adecuado para afrontar situaciones que pueden escalar con una magnitud variable, sin que necesariamente se llegue al empleo generalizado de la fuerza militar. En este sentido, las fuerzas militares que están en el escenario donde se desarrolla la crisis, requieren de una conducción político-estratégica con pleno conocimiento de la metodología del "manejo de crisis" y con la voluntad de explotar las vulnerabilidades del adversario al momento de defender el interés nacional. Debe considerarse, además, que la disuasión es un efecto omnipresente en cualquier crisis.
Los países que han incorporado la noción de crisis a sus concepciones estratégicas, así como la correspondiente metodología del manejo de crisis, requieren tener coherencia y unificación de conceptos, incluso sobre la propia noción de crisis, en los niveles político, estratégico y táctico, así como claras normas de comportamiento y reglas de enfrentamiento. Por otra parte, los países suelen dotarse de un equipo político-jurídico-estratégico que apoya al conductor político de que se trate, sea jefe de Gobierno o de Estado. Este equipo, generalmente denominado "gabinete de crisis", es el que se activa en caso de enfrentar una situación semejante y su misión es concebir una "maniobra de crisis".
4. HIPÓTESIS DE CONFLICTO
Toda defensa, en última instancia, se funda en hipótesis de conflicto, es decir, en escenarios supuestos de riesgo de colisión de intereses entre un país o una alianza y otro país o alianza de países. Difícilmente un Estado podrá formular su política de defensa y diseñar su dispositivo militar si no es en función de tales hipotéticos escenarios. No obstante, es importante considerar, a lo menos, tres rasgos generales de las hipótesis de conflicto.
Primero, el fundamento de los escenarios de riesgo es diferente en las distintas áreas del planeta. Hay zonas en que ellas se fundan sobre factores religiosos, otras en que priman los elementos étnicos, algunas donde impactan más las causales político-ideológicas y, en fin, ciertas áreas en las que los factores preponderantes son de tipo histórico y territorial.
Segundo, una hipótesis de conflicto es distinta de su probabilidad de ocurrencia. Como se ha dicho, por hipótesis de conflicto se entiende la suposición de una colisión de intereses a partir de alguno de los factores citados o de una mezcla de ellos. Algo distinto es la probabilidad de su ocurrencia; ésta se establece por medio del análisis de indicadores que anuncian la posible transformación de un escenario eventual de riesgo en uno real de colisión. Anticipar, por medio de técnicas prospectivas, el modo en que pueden variar los indicadores asociados a una hipótesis de conflicto permite trabajar por la paz para, precisamente, evitar el conflicto.
Tercero, en un contexto de interacción y cooperación, es decir, de paz, la probabilidad de ocurrencia de una hipótesis de conflicto disminuye y esta disminución estimula, a la vez, la voluntad por identificar nuevos ámbitos de interacción y cooperación entre los Estados, lo que, en algunas conceptualizaciones sobre la defensa, se consideran "hipótesis de colaboración". Sin embargo, ni siguiera las "hipótesis de colaboración" excluyen del todo situaciones variables de conflictividad. Por eso, la capacidad política de los gobiernos, expresada esencialmente en la acción diplomática, es central para impedir que situaciones coyunturales socaven la paz, aunque ello no exime a los Estados de su responsabilidad de suponer escenarios en que ese propósito no sea posible y que, por tanto, puedan desembocar en una situación de crisis o, peor aún, de guerra.
(1) El proceso de separación entre Chequia y Eslovaquia comenzó inmediatamente después del éxito de la llamada "revolución del terciopelo", dirigida por Vaclav Havel, en 1989, en 1989, y culminó con la independencia de Eslovaquia y su constitución como estado independiente el 1º de enero de 1993.
(2) Ver Parte III, capítulo V: "La Movilización Nacional".
INTERVENCIÓN: Conducta de un Estado consistente en el ejercicio ilegítimo de competencias en los asuntos exclusivos, internos o externos de otro estado mediante la amenaza de castigo o privaciones, o simplemente inflingiendo daño. Aquél puede actuar en forma independiente o en alianza con otros países.
NIVEL POLÍTICO-ESTRATÉGICO: Escalón intermedio que integra y relaciona a los niveles político y estratégico. Se ocupa de la prevención o resolución de los conflictos a los que se pueda ver enfrentado el país. Está conformado por los directores de los cuatro campos de acción, actuando el Campo de Acción de la Defensa como "primus inter pares". Su condición es de responsabilidad del Presidente de la República.
POLÍTICA DE DEFENSA: Normas generales para los cuatro campos de acción en relación con la forma en que se coordinarán y armonizarán los esfuerzos para materializar la Defensa Nacional. Debe ser una política de Estado, elaborada a la luz de la Apreciación Global Político-Estratégico.
PODER NACIONAL: Conjunto de factores materiales y espirituales que otorgan a la Nación la capacidad de expresar su voluntad por conseguir o mantener sus Objetivos Nacionales, aun en situaciones adversas. Los instrumentos del Poder Nacional son de factor económico, diplomático, psicosocial y militar. Todos deben desarrollarse armónicamente.
CONFLICTO INTERNACIONAL: Situación confrontacional entre dos o más Estados soberanos que ven amenazados intereses que consideran importantes. Comprende situaciones tanto de crisis como de guerra.
INFLUENCIA: Capacidad de un Estado para incidir en el curso de los asuntos internacionales, mediante su ascendencia cultural, supremacía tecnológica o poderío económico. Se requiere de un buen servicio diplomático para promocionar una imagen de credibilidad.
CRISIS: Situación de tensión internacional, en tiempo de paz, en que están comprometidos intereses importantes de dos o más Estados soberanos, existiendo la posibilidad de escalar a un conflicto mayor. Puede involucrar el desplazamiento de fuerzas militares e incluso su empleo restringido, según la situación.
INTERESES NACIONALES: Condiciones potenciales o reales, cuya búsqueda o protección se considera ventajosa para la Nación. Normalmente, guardan relación con los Objetivos Nacionales.
MANEJO DE CRISIS: Conducción de la crisis desde el más alto nivel político, empleando todos los factores del Poder Nacional, con el propósito de solucionarla sin que se vean afectados intereses vitales propios.