Título: De los golpes a la cooperación: una mirada a la mentalidad profesional en el Ejercito Argentino - Crisis de los valores y de la perspectiva nacional: el Ejército como actor del sistema político
3. CRISIS DE LOS VALORES MORALES Y DE LA PERSPECTIVA NACIONAL: EL EJÉRCITO COMO ACTOR DEL SISTEMA POLÍTICO
Los valores del honor y la obediencia
En su concepción ética primordial, la carrera militar se basa en férreos conceptos morales, entre los cuales se destaca el valor del honor. En las Fuerzas Armadas argentinas, esto se plasma en códigos de honor que rigen las relaciones entre sus miembros, y entre éstos y la sociedad: "El honor es la cualidad moral que obliga al más severo cumplimiento del deber respecto de los demás y de uno mismo. Es algo que está por sobre la misma vida y los valores materiales, porque la primera termina con la muerte y lo material es cosa transitoria. En cambio el honor sobrevive y trasciende como legado a través de las generaciones, configurando el magno patrimonio espiritual de familias, instituciones y pueblo".22
Su aplicación deriva del modelo ético propuesto por el General José de San Martín desde las guerras de la independencia nacional. El "ideal sanmartiniano", basado a su vez en las Ordenanzas militares españolas (dictadas por Carlos III), ha sido la fuente de las prescripciones para la conducta militar:
Al General San Martín debe nuestro Ejército la firme convicción de que la severa observancia de las normas del Honor, en cuanto expresión esencial de los valores morales castrenses, es inseparable del ejercicio del mando en todos los niveles y que, ya sea individual o colectivamente, todos, absolutamente todos están en el Ejército igualmente obligados ante ellas. (...)
De su Código y de la antigua tradición hispana han surgido los elementos esenciales que a lo largo de la historia han conformado el concepto del Honor Militar Argentino: Fidelidad a la Patria y a su bandera; valor como cualidad militar básica del hombre de armas; altivez y estricto pundonor en la salvaguarda y defensa de la honra y buen nombre, ya sean propios, o del cuadro de oficiales; acendrado espíritu de cuerpo; elevado concepto de la camaradería traducido en lealtad, respeto y solidaridad ante el peligro; hidalguía y caballerosidad evidenciadas por la generosidad y nobleza de los sentimientos y actitudes y por la respetuosa consideración hacia la mujer y los débiles; dignidad y decoro en la conducta; honradez, integridad y delicadeza en los procedimientos.23
El honor militar ("la conciencia de nuestra dignidad moral"24) puede convertirse aún en un valor supremo, y una característica distintiva respecto del resto de la sociedad.25 El ejercicio del mando y de la obediencia, dentro de la institución, suponen la existencia del valor del honor en la conducta, aspiraciones y creencias de los miembros de la Fuerza. Sólo un hombre honorable puede cumplir con cabalidad las responsabilidades del mando que debe ejercer: los sacrificios del ejemplo personal y el cuidado del subordinado, los honores y el prestigio de la jerarquía, y la justificación de las órdenes que imparte. Honor y mando están así íntimamente relacionados en la profesión militar. La función del mando es aquello para lo cual el oficial es formado, y su ejercicio representa el desafío principal que encontrará en su carrera militar. Veamos por caso aquello que el oficial debe obligatoriamente leer apenas iniciada su carrera:
El mando es el atributo esencial del Militar.
Mandar es para él ejercer la autoridad con que se halla investido, imponiendo la propia voluntad, a fin de educar, instruir, gobernar y conducir al personal subordinado. Mediante el mando se aúnan esfuerzos, se impone, afianza y mantiene la disciplina. El ejercicio del mando deberá caracterizarse por la valentía, integridad, firmeza y energía; deberá evidenciar plenamente la justicia, ecuanimidad y consideración del superior para con sus subalternos. Deberá tenerse presente que mandar no es solamente ordenar sino asegurarse la fiel interpretación de la orden, fiscalizando su ejecución correcta e impulsando su cumplimiento con el propio ejemplo, cuando ello fuere necesario. (...)
La disciplina se obtendrá tanto más fácilmente cuanto mayor sea el ascendiente moral del jefe sobre sus subordinados, logrado por la confianza que inspiran su carácter, sus conocimientos profesionales, su hombría de bien y su capacidad para el ejercicio del mando. Para conseguirla, afianzarla y mantenerla latente, el jefe deberá, cualesquiera que fueren las circunstancias, tener el sentimiento y la convicción de su propia superioridad y autoridad, la fuerza de carácter necesaria y un firme sentido de responsabilidad; tan sólo así podrá obtener, de sus subordinados, el más estricto cumplimiento del deber.26
Toda esta preparación moral y técnico profesional está dirigida a un mismo fin: lograr la obediencia de los subordinados. La vida y la estructura de la institución militar hallan su basamento en la capacidad de lograr obediencia a las órdenes27, y para ello se requiere una absoluta conciencia en quienes mandan y en quienes obedecen, de la trascendencia y fines de la función que les compete:
La Disciplina, base de orden y garantía de éxito, asegura al Ejército el desempeño de su elevada misión. Tiene su base inconmovible en la razón y la justicia.
Por ello, se la inculcará de tal manera que las disposiciones superiores, leyes, reglamentos y órdenes militares sean cumplidas sin vacilación y a los menores impulsos del comando.
La disciplina es, en suma, una posición espiritual, que se manifiesta por la subordinación de grado a grado, el respeto y la obediencia confiada e instantánea a las órdenes del superior, a la vez que por la voluntad sincera y tenaz de alcanzar el fin que esas órdenes se proponen. (...)
El interés del servicio exige que la disciplina sea firme y enérgica, pero también que esté basada en la comprensión, respeto y consideración hacia los individuos. Todo vigor innecesario, todo castigo no previsto por los reglamentos, o desproporcionado con la falta, o producido por un sentimiento que no fuera el del deber; todo acto, ademán o palabras incorrectas del superior hacia el subalterno, están terminantemente prohibidos.
La subordinación es el alma de la disciplina. Saber obedecer es la primera obligación y la cualidad más preciada del militar.28
Dos peligros asoman por igual en la ejecución de estos principios: la utilización indebida del mando, y la obediencia automática e irresponsable a cualquier tipo de orden. Lograr el equilibrio entre lo que Janowitz llama la disciplina positiva y un espíritu de cuestionamiento tal que finalice en un ejército deliberativo, aparece como el mayor desafío para una institución armada. La obediencia, "cualidad más preciada", descansa sobre el respeto tanto a los valores morales que el superior encarna en su conducta, como a los valores técnico-profesionales que hablan de los conocimientos y capacidades propias del quehacer militar que se supone posee el superior. Cuando motivos ajenos a lo específicamente profesional intervienen en esta delicada relación, la columna vertebral de la institución es puesta en juego, con riesgo para su supervivencia, y para la de la sociedad que depositó las armas en ella.
La intervención en política
Habiendo descripto los valores primordiales de la mentalidad militar desde la misma formación de las Fuerzas Armadas argentinas, y los códigos profesionales recibidos por cada oficial desde su ingreso al Ejército, vale preguntarse qué influencia tuvo sobre ellos la participación del arma en la vida política.
Desde los inicios del Estado argentino, el Ejército jugó un papel protagónico en el sistema político.29 Así, a las clásicas motivaciones que inspiran la carrera militar30 (tradición, deseo de educación o progreso social, experiencia en el medio militar, ambición "juvenil"), podemos agregar, para el caso argentino y en este período histórico que abarca desde fines del siglo XIX hasta 1983, una quinta motivación que puede haber jugado en la elección de la carrera de las armas: el deseo de pertenecer a la élite política, llegando a posiciones de poder sobre la sociedad.
Ya en la primera interrupción del orden constitucional, en 1930, se postuló la principal razón a esgrimir en lo sucesivo: las instituciones militares, por sus características organizativas y sus valores morales, tienen un lugar natural en el destino nacional como la mejor alternativa frente a gobiernos civiles "ineficientes" o "corruptos".31
Aunque paradójicamente dicho golpe fue el inicio de una etapa de la historia argentina (la década del '30) caracterizada posteriormente como "la década infame" por el desarrollo desembozado de las prácticas del fraude y la corrupción, ello no fue óbice para que en las situaciones críticas de la historia que se sucedieron, se continuara aduciendo la misma clase de argumentos.
Con la intervención directa del Ejército en la actividad política (todos los presidentes militares de la historia argentina pertenecieron a dicha Fuerza) llegó a concretarse en la práctica lo que aquí podemos definir como una concepción misional primaria: la idea perenne, transmitida de promoción en promoción, de que el Ejército es anterior a la nación, y que en él recae la última responsabilidad de supervisar y, de ser necesario, guiar, el destino nacional. Veamos por ejemplo esta definición:
El Ejército constituye una de las reservas morales trascendentes en la vida espiritual del país, por lo que deberá ser depositario y custodio permanente de sus más caras tradiciones, y velar por la continuidad histórica de la Nación, concretándose exclusivamente a sus funciones específicas. La férrea disciplina de los cuadros y de la tropa, el respeto profundo por la jerarquía y la fe en los comandos responsables configurarán al Ejército como una absoluta garantía para la vida de la Nación.32
Las consecuencias de introducirse en la actividad política no tardaron en manifestarse: las naturales luchas por el poder político, como las libradas por los generales Justo y Uriburu, o la desazón de muchos oficiales al contemplar cómo las intenciones de crear un gobierno fuerte y "nacional" que los había animado en 1930 se habían desvanecido en las maniobras de un juego político -de civiles y de los mandos militares- que los había desbordado. Las denuncias de corrupción descubiertas en las más altas esferas del Gobierno a fines de la década se sumaron a otro hecho histórico que desbordó el debate interno en el Ejército: el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y la neutralidad argentina.33
La ebullición interna del Ejército condujo a una segunda toma del poder político por parte de los militares en 1943, esta vez, ya sin necesidad de ninguna intervención civil. El objetivo declarado por la revolución fue el de no permitir un nuevo acto eleccionario fraudulento; el objetivo menos explícito fue el poderoso temor a que el Gobierno (que había sido recientemente electo) respondiera positivamente a las presiones estadounidenses para declarar la guerra al Eje. Muchos oficiales tomaban como modelo a los ejércitos de Alemania e Italia, donde habían cursado estudios militares y observado particularmente una experiencia que los atraía: un gobierno fuerte, con amplia base popular, que dirigiera al país hacia el desarrollo económico independiente desde la industria nacional, y con mayor participación sectorial. Desde la clandestinidad, comienza en la historia del Ejército a ponerse en juego otro de sus valores morales principales: la disciplina. La actividad conspirativa ejercida por mandos medios buscaba influir al interior de la Fuerza, en un estado deliberativo incompatible con los estrictos códigos militares:
For decades the Argentine armed forces, like the broader Argentine society, were divided on questions of government economic and political policy and the best form of state. In a 1970 comment on the 1930 coup Juan Perón revealed the ideological divisions within the army at that time: 'In 1930, I was in the Superior War School. Within the army there was a general movement of opinion no one could escape. All of us were more or less committed. Always it happens in the revolutions (...) that 20% are in favor, 20% against, and 60% are with who wins; these are the professionals. I was a captain in that epoch. I didn't understand much of these things. But there was a military revolution and in the spirit of solidarity [esprit de corps], all of us in the Superior War School supported it...' This insight about the ideological environment within the armed forces is still valid; the bulk of the forces tend to be swayed by charismatic leaders who appeal to their basic shared values of conservatism, traditionalism, and nationalism.34
Mil novecientos cuarenta y tres es el año de las internas dentro del Ejército, trasladadas a la institución de la Presidencia de la Nación: en tres años, el Presidente fue cambiado en dos oportunidades. De esa lucha por el poder emergió triunfante el militar que sentaría un antes y después en la historia política nacional: el entonces Coronel Juan D. Perón. Su acceso al poder se vio legitimado por su triunfo en elecciones libres, en 1946. A pesar de tener grado militar, su predicamento popular poco tuvo que ver con su condición, sino más bien con sus dotes naturales para la actividad política. Su gobierno no significó una nueva participación política para las fuerzas armadas. Por el contrario, la base sindical en la cual apoyó su poder y sus actitudes tendientes a la personalización del poder fastidiaban a varios miembros de las cúpulas militares desde los mismos inicios del Gobierno militar de 1943.
En esta época, el Ejército comienza a compartir su papel protagónico en la política con Armada, fuerza que encabeza la resistencia al Gobierno peronista. Por otra parte, la acción del Gobierno tendiente a cooptar a las fuerzas armadas produjo un clima de deliberación que, lejos de crear adhesiones, favoreció la actividad política conspirativa. En el mismo sentido operó la depuración, efectuada en base al criterio de lealtad / no lealtad al Gobierno.
La presión de los partidos opositores fue un factor coadyuvante para la puesta en marcha de una nueva intervención militar. Para 1955 el Ejército ya se había sumado a la Marina en la asonada revolucionaria. Todo este proceso constituyó una grave crisis de las relaciones cívico-militares, en tanto las fuerzas armadas intervinieron a favor de uno de los dos sectores en los que la sociedad se había fracturado políticamente: peronistas y antiperonistas. En las décadas siguientes, el Ejército habría de pagar caro esta intervención, convirtiéndose en blanco de la ideología revolucionaria de las organizaciones terroristas.35
El período iniciado con la Revolución Libertadora (1955) representa el más acabado ejemplo de una organización militar inmersa en un caótico estado deliberativo. La fórmula inicial de los militares moderados, "Ni vencedores ni vencidos" fue rápida y sangrientamente desechada. El advenimiento de los representantes de los sectores más duros respecto del peronismo y de la expresión ciudadana en las urnas, inauguró un época histórica signada por profundos desencuentros entre las fuerzas armadas y la sociedad, con el Ejército como actor protagónico. Puede decirse que, a partir de 1955, las fuerzas armadas se reservan el derecho de decidir cómo debe conducirse políticamente a la Argentina.
La instauración de una peculiar perspectiva acerca de la realidad nacional, percibida como caótica y librada a los caprichos de una política demagógica, consolidó en este período la actitud paternalista y dominante respecto de la política y de la sociedad, caracterizada por la autopercepción de los militares como última reserva de la nacionalidad. Las dos presidencias civiles del período post-peronista (Arturo Frondizi y José María Guido) fueron frágiles imitaciones de regímenes democráticos, gobernados en realidad por contínuos planteos militares, que concluyeron en el enfrentamiento explícito de las corrientes en las que estaba dividido el Ejército. Habiendo asumido como misión fundamental intervenir en la vida política, el rumbo profesional se hallaba definitivamente perdido: el Ejército se había convertido en una fuerza ingobernable. La indisciplina, la deliberación, los análisis contínuos respecto de los sucesos políticos, la actitud hacia el peronismo, las luchas por el acceso a lugares de poder, eran ahora las tareas cotidianas de la fuerza.
El levantamiento carapintada de 1987 remitiría en la memoria colectiva al enfrentamiento armado del Ejército de 1962: colorados y azules. Los primeros, partidarios de instaurar una dictadura militar; los segundos (grupo de coroneles del arma de Caballería con afanes "profesionalistas" a cuyo frente estaba el entonces General Juan C. Onganía), comulgaban con una ideología nacionalista, y veían necesario eliminar los problemas de indisciplina y llamar a elecciones proscribiendo al peronismo. El triunfo de los azules fue, en realidad, un paréntesis para reorganizar el Ejército, y para construir ante la opinión pública la imagen de Onganía como la del "hombre fuerte", austero y serio, que se necesitaba para encauzar al país hacia el desarrollo nacional.
En junio de 1966, un nuevo golpe militar catapultaría a Onganía a la Presidencia. Sin embargo, para sorpresa de los civiles que habían confiado en el serio general, éste contaba con ideas propias para llevar a cabo la tan mentada "modernización" del país. El Estatuto de la Revolución Argentina fue puesto por sobre la Constitución Nacional, se suprimieron los partidos políticos, se disolvió el Parlamento y se removió a la Corte Suprema. Desarrollo y seguridad fueron los conceptos dominantes de la nueva política; organización y planificación, sus instrumentos.
El modo particular de ver la realidad nacional, se vio completado por la perspectiva internacional, según la cual la Argentina se hallaba inmersa en el conflicto Este-Oeste. Bajo la influencia francesa, y posteriormente norteamericana, las fuerzas armadas argentinas forjaron una nueva doctrina: la llamada doctrina de la seguridad nacional (DSN).36 Según esta doctrina, la lucha entre los bloques se desarrolla al interior de los Estados nacionales. El enemigo es la infiltración marxista, amparada en la clandestinidad y en la acción no sólo militar sino también ideológica. Por ello, las fuerzas armadas deben incursionar en todos los ámbitos sociales para derrotarlo.37
Las misiones de las fuerzas armadas pasan a abarcar así ámbitos poco comunes a la especificidad militar. El propio Onganía, en su ya célebre discurso en la Academia de West Point, describe las amplias y curiosas misiones a las que un militar debe abocarse:
(...) las instituciones armadas americanas existen en función de la necesidad de garantizar la soberanía e integridad territorial de los estados; preservar los valores morales y espirituales de la civilización occidental y cristiana; asegurar el orden público y la paz interior; propender al bienestar general y sostener la vigencia de la Constitución (...) {más adelante explicará cómo se legitima la desobediencia a las autoridades constitucionales}.
De acuerdo con lo expresado y a fin de satisfacer en toda su amplitud los distintos aspectos que comprende, se infiere una subdivisión de su misión en dos premisas: una fundamental y otra complementaria perfectamente definida, a saber: necesidad de mantener la aptitud y capacidad para salvaguardar los más altos intereses de la nacionalidad; contribuir activamente dentro de sus posibilidades en cooperación con el poder civil, sin descuidar su objetivo principal, en el desarrollo económico social del país (...).
Y aunque estas misiones se introducen claramente en el ámbito político, aclara que:
(...) la naturaleza de las fuerzas armadas americanas resulta caracterizada por ser apolítica, obediente y no deliberativa (...).38
poniendo de manifiesto la confusión existente en la mentalidad militar del Ejército acerca de qué es la política, interpretando a ésta solamente en función del ámbito partidario. La pequeña política, partidaria o de bandos, parece estar vedada; pero la gran política nacional es el grial que encuentra en las instituciones militares a su más natural y fiel custodio.
El final de la década de 1960 es testigo del desarrollo de la actividad revolucionaria, y de la transformación doctrinaria militar. Para inicios de la década de 1970, el germen de la lucha civil se encontraba definitivamente instaurado, y el objetivo principal de las fuerzas armadas pasa a ser la lucha antisubversiva. El Ejército no desconocía que la acción guerrillera había convertido a sus oficiales en uno de sus blancos predilectos.39
Aunque la intervención siempre había aducido la necesidad de encauzar el destino nacional, sólo lograba hundir a las fuerzas en el farragoso terreno de la política. Los resultados de los gobiernos militares contrastaban con los ampulosos objetivos de refundación siempre propuestos. Las sucesivas conducciones enfrentaban: a) serios cuestionamientos internos (debido a la exposición de las vidas de sus miembros frente a la acción de la guerrilla), y b) una seria crisis en la relación con la sociedad civil, producto de la negativa a reconocer la legitimidad del peronismo como expresión partidaria. Estos dos aspectos atraviesan los finales de la década, hasta el retorno del peronismo al gobierno, en 1973.
En el contexto de los convulsionados años de gobierno peronista y de la cruenta acción guerrillera, van formándose en el seno de las fuerzas una actitud hacia la sociedad y la política, que en el plano de las relaciones cívico-militares implicará, en el futuro, que ya no será necesario el apoyo civil para la intervención militar.
La culminación del largo proceso de desintegración de la profesionalidad militar, y de la introducción al interior de la institución militar de los usos y costumbres de la actividad política que fueron minando las bases de la estructura moral de la profesión, fue el llamado Proceso de Reorganización Nacional. Allí, donde las fuerzas armadas asumieron para sí la vida misma del Estado, el Ejército jugó un papel fundamental.
La lucha antisubversiva fue el eslabón final en la cadena de la politización de las Fuerzas Armadas. Una guerra ideológica, culminación de la creencia según la cual el Ejército era anterior a la nación, en la cual no sólo se trataba de encauzar a la sociedad descarriada, sino de "extirpar" todo lo enfermo en ella.40 El sentido mesiánico de la misión militar asumió la acción como autosacrificio (no sólo intervención), mediante el cual la sociedad sería salvada de sus males por un grupo -el militar- que actúa más allá de lo que la sociedad puede llegar a comprender. La sociedad militar (tomando el concepto utilizado por Rouquié) no responde ante la sociedad civil: una vez que ésta asume su enfermedad (cf. el decreto del Gobierno constitucional ordenando el "aniquilar el accionar de los elementos subversivos"41), la sociedad militar se ofrece a sí misma, aún ante la posible incomprensión que más tarde pueda aparecer:
Si hubo que matar, los civiles tuvieron la suerte de no tener que hacerlo {pero} eso no les hace honor, pues pidieron que se hiciera y ahora nos han dejado solos, como siempre.42
La opinión del país era que había que terminar con la subversión, y las fuerzas armadas se movieron sin experiencia para ello.43
Sólo Dios dictaminará la justicia de nuestros actos.44
(...) las Fuerzas Armadas someten ante el pueblo y el juicio de la historia estas decisiones que traducen una actitud que tuvo por meta defender el bien común. Identificado en esa instancia con la supervivencia de la comunidad y cuyo contenido asumen con el dolor auténtico de cristianos que reconocen los errores que pudieron haberse cometido en cumplimiento de la misión asignada.45
¿Sabían los mandos de entonces los riesgos institucionales de la actitud asumida? La oscuridad con la que decidieron teñir el registro histórico, la quema de documentación y la negativa a testimoniar, impide realizar aseveraciones al respecto. Sí puede observarse cómo la organización del sistema de la lucha antisubversiva implicó el desgaste final de un principio básico para la supervivencia institucional militar, cual es la cadena de mandos. La elección de una estrategia descentralizada de conducción, en la cual se delegaba a los comandantes de cuerpo la responsabilidad sobre las acciones en su área, y la formación de grupos operativos cuasi autónomos, terminó conduciendo a una situación de deterioro profesional, en la cual los parámetros de la acción estaban definidos por personalidades o creencias particulares, antes que por la política institucional. ¿Difirió la "locura" de la acción carapintada de lo que habían aprendido como parte del ejercicio de su profesión desde su ingreso a la carrera, y en los llamados "años de plomo"?
La conducción militar argentina adoctrinó la lucha antisubversiva justificando su legitimidad en órdenes emanadas de un gobierno constitucional (principalmente, en la famosa expresión "aniquilar" de los decretos antecitados). En este sentido, las acciones fueron regidas por criterios de evaluación militar que, por su propia naturaleza, son distintos de los que podría concluir un político: "En una sociedad militar el logro de un objetivo es el asunto primordial y su realización justifica, frecuentemente, los medios extremos de su obtención. (...) En tiempos de emergencia, la conducción militar no puede afectarse con el deseo de autoexpresión del miembro individual. Debe dirigirse todo esfuerzo hacia el objetivo principal, en especial hacia la protección de la institución."46
La legitimidad u oportunidad de la estrategia de lucha antisubversiva continúa siendo tema de debate aún hoy en la sociedad argentina. Pero fuera de ese debate, sí cabe observar el comportamiento de ciertos valores fundamentales de la mentalidad profesional militar, como el definido del honor, para deducir los significados de sus cambios en los hechos posteriores en el Ejército:
El 24 de marzo de 1976, a las 0.30 hs., penetraron por la fuerza en nuestro domicilio de Villa Rivera Indarte, en la provincia de Córdoba, personas uniformadas, con armas largas, quienes se identificaron como del Ejército junto con personas jóvenes vestidas con ropas deportivas. Nos encañonaron y comenzaron a robar libros, objetos de arte, vinos, etc., que fueron llevados al exterior por los hombres uniformados. (...)47
El día 5 de diciembre de 1977 me detuvo personal del Ejército, sacándome de la granja quinta de mi propiedad, ubicada en Villa Gran Parque, Guiñazú, Córdoba. Sin que mediara interrogatorio soy llevado a un lugar de detención, que, según supe luego era el Campo de La Ribera. Allí permanecí dos meses y veintiocho días como detenido-desaparecido. Estando en el calabozo, el día 19 de diciembre trajeron a una mujer de unos 21 años de edad, con una hermanita de unos 11 años de edad. Las pude ver perfectamente cuando pasaron por el pasillo ya que en ese momento estaba destabicado. Esa noche fue espantosa. Hasta la madrugada, las mujeres fueron interrogadas y golpeadas. Todavía me parece que estoy escuchando los alaridos de dolor de la más pequeña.48
Este tipo de acciones, sumadas a otras como la sustracción y venta de menores, las violaciones, las relaciones afectivas con miembros de las organizaciones guerrilleras detenidas, etc., no pueden ciertamente ampararse bajo justificaciones ideológicas, y se encuentran sin duda reñidas con lo que puede entenderse como el honor militar. A los ojos de gran parte de la sociedad y de muchos oficiales, las Fuerzas Armadas, institución de la República, organizada en un cuerpo en el que la sociedad depositaba el poder de las armas, había recorrido un largo camino al final del cual parecía haberse convertido en una organización, sí, pero de delincuentes. Y el Ejército, cuyo representante ejercía además la Presidencia de la Nación, era protagonista principal en esta historia.
Los resultados del Proceso de Reorganización Nacional, en sus componentes de lucha antisubversiva, corrupción política y económica, y guerra de Malvinas, fueron concluyentes para la demolición de los valores morales del Ejército. La conclusión del largo proceso de intervención en la vida política fue la de una organización debilitada, dividida y carente del ethos necesario para la carrera de las armas. La actitud de los mandos frente a las consecuencias jurídicas de la lucha antisubversiva desnudó la crisis de la concepción del honor militar. El quiebre institucional no tardaría en producirse.
A modo de conclusión parcial de este punto, puede decirse que el patrón de relaciones cívico-militares hasta la guerra de Malvinas estuvo relacionado con una mentalidad militar cuyo desarrollo progresivo tuvo las siguientes características:
- En el plano de las actitudes, se instaura con mayor claridad la valoración de los militares como un grupo distinto y, más aún, el mejor para llevar adelante los destinos del país.49 El objetivo de su papel no ya en el sistema estatal, sino en la vida política, pasa a ser la refundación nacional, a través de la cual se extirparían los males de una sociedad enferma, disfuncional, corrupta y carente del orden básico. Los militares se perciben llamados a gobernar el país en una suerte de autosacrificio, "gobierno de los mejores impuesto a los peores para su propio bien".50 De acuerdo con la visión preponderante de que el Ejército es aún "anterior a la formación de la Nación", su misión es la de ser la última reserva de la nacionalidad y por ende, árbitro natural de la vid nacional, por ser quienes definen las reglas del juego.
- En el plano de las perspectivas, el modo de comprender la realidad nacional estuvo signado por la creencia de que la política tradicional es naturalmente corrupta, correspondiendo al Ejército el papel de árbitro del sistema, y por el aporte de sectores civiles a la formación de esta percepción. La perspectiva nacional fue asimismo influenciada por la internacional: la asunción por parte de las fuerzas armadas (y preponderantemente del Ejército, por su misma jurisdicción), de la llamada doctrina de seguridad nacional (DSN), y su particular visión del mundo y de la realidad nacional. Ambas perspectivas se quiebran luego del fracaso del proyecto político del Proceso de Reorganización Nacional, y de la Guerra de Malvinas.
- En el plano de los valores, la intervención contínua en actividades políticas y las consecuencias prácticas de la nueva doctrina de seguridad nacional significaron el desplazamiento de la forma tradicional de entender el honor y la disciplina militar, hacia formas más heterodoxas y, en cierta medida, incontrolables. Se produce, hasta aquí, una crisis de los valores morales. En cuanto a los valores técnico-profesionales, la dedicación a la actividad política implicó el descuido de las misiones específicas de una institución militar, y su crisis se producirá a partir de los hechos de una guerra convencional.
22. Reglamento de los Tribunales de Honor de las Fuerzas Armadas Argentinas, punto 1.01.
23. MUSCHIETTI, ULISES MARIO (Cnl RE). "El Legado del Pasado", en Revista Informativa de Caballería, n° 2, 1980, pág. 36. Sobre el tema de las semejanzas de las ordenanzas argentinas con las españolas, puede consultarse DE SALAS LOPEZ, FERNANDO. Ordenanzas Militares en España e Hispanoamérica. Editorial Mapfre, Madrid, 1992.
24. BORON VARELA, EMILIO (Grl Br). Fundamentos de Etica Militar. Apuntes sobre el Espíritu Militar Argentino. Círculo Militar, Buenos Aires, 1980, pág. 78.
25. Por ejemplo, "El militar, persuadido de la vida ética que supone su carrera, se siente revestido del poder insuperable de la autoridad moral que le ha conferido su consagración. (...) La vida militar y la religiosa, preferentemente, permiten al hombre realizarse éticamente. El oficial que así no lo comprenda y quiera, al mismo tiempo, experimentar y gozar los deleites y vanidades mundanales, vestirá muy pulcramente su uniforme pero habrá caído en apostasía.(...) Podrá cumplir escrupulosamente sus obligaciones del servicio pero le faltará la fuerza moral que requiere el cumplimiento del deber. Será un graduado sin espíritu militar (...).BORON VARELA, EMILIO (Grl Br). Fundamentos de Etica Militar. .., op. cit, págs. 120-121.
26. EJERCITO ARGENTINO. Reglamento del Servicio Interno, RV 200-10 {1967}. Instituto Geográfico Militar, Buenos Aires, 1992, págs. II-III.
27. "Una unidad militar es una comunidad armada que requiere, más que ninguna otra corporación, un orden que permita realizar la misión que le compete". BORON VARELA, EMILIO (Grl Br). Fundamentos de Etica Militar. .., op. cit, pág. 43.
28. EJERCITO ARGENTINO. Reglamento del Servicio Interno, op. cit., pág. II.
29. Uno de los mejores estudios sobre el tema es, a nuestro juicio, el de ROUQUIE, ALAIN. Poder Militar y Sociedad Política en Argentina {1978}. Emecé Editores, Buenos Aires, 1982 (2 tomos).
30. Ver JANOWITZ, MORRIS. El Soldado..., pág. 115.
31. "Señores: Dejadme procurar que esta hora de emoción no sea inútil. Yo quiero arriesgar algo que cuesta mucho decir en estos tiempos de paradoja literaria y de fracasada bien que audaz ideología.
"Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada.
"Así como ésta hizo lo único enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada, porque esa es su consecuencia natural, hacia la demagogia o el socialismo."
LUGONES, LEOPOLDO. "El discurso de Ayacucho" en La Patria Fuerte. Círculo Militar, Buenos Aires, 1930, pág. 19.
32. EJERCITO ARGENTINO. Reglamento del Servicio Interno, op. cit., pág. I. Este Reglamento, de lectura obligatoria, fue sancionado en 1967 (el anterior contenía en su primera parte esta misma clase de definiciones), y aún continúa vigente.
33. Vale nuevamente la aclaración de nos excede aquí realizar más que una somera descripción de estos períodos históricos. Puede consultarse el citado libro de Rouquié. También algunos documentos en POTASH, ROBERT. Perón y el GOU. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1984.
34. McSHERRY, J. PATRICE. Incomplete Transition. Military Power and Democracy in Argentina. St. Martin's Press, New York, 1997, pág. 34. Para una mejor profundización del tema de las distintas posiciones ideológicas en el Ejército, véase FRAGA, ROSENDO. Ejército. Del Escarnio al Poder (1973-1976). Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1988; y también la minuciosa descripción de DRUETTA, GUSTAVO. "Guerra, Política y Sociedad en la Ideología de la Corporación militar argentina", en Crítica y Utopía nº 10/11, Buenos Aires, Noviembre de 1983.
35. "Nosotros, los militares de mi generación, hemos recorrido toda nuestra vida castrense, no menos de veinticinco años, debiendo tomar posición constantemente entre la letra del 'deber militar' y el fondo del 'deber patriótico' (...). Por mi parte, en 1943, en 1951, en 1952, dos veces en 1955 bajo Perón, una vez más ese año junto a Lonardi, en 1959, en 1962, en todas las graves crisis que vivió nuestro país y que desde luego arrastraron siempre al Ejército, en todas ellas, desde subteniente hasta coronel, tuve que jugar mi carrera, algunas veces mi vida y siempre la tranquilidad de mi hogar. En medio de aquella permanente confusión tuve que tomar partido como tantos otros de mis camaradas. En esto no soy excepción, desde luego, sino un miembro más de esta generación que si no conoció o participó en guerras internacionales, sí se vio enfrentada a algo mucho más grave y difícil, a optar entre violar la ley en defensa de lo lícito o a luchar por la ley creyéndola representativa de lo justo; pero en ambos casos combatiendo tristemente contra los propios hermanos y no contra el extranjero." GUEVARA, JUAN FRANCISCO (Coronel). Argentina y su Sombra. S/E, Buenos Aires, 1973, pág. 62. En este ensayo pueden encontrarse variados ejemplos testimoniales de cómo un oficial del Ejército vivía (y confundía) su misión principal.
36. Un análisis joven e interesante por ser realizado desde el campo de la antropología puede encontrarse en MUZZOPAPPA, MARIA EVA. Metáforas Estratégicas. El Concepto de Cultura en y sobre el ámbito de la Seguridad. Tesis de Licenciatura, Buenos Aires, Febrero del 2000 (Versión preliminar), cap. IV. Allí dice por ejemplo que "Para la segunda mitad de la década del 50, existe, en el seno del ejército, un profundo interés por el estudio pormenorizado de las experiencias del ejército francés en Argelia e Indochina. Teniendo en cuenta las teorías sobre la 'externalidad' del enemigo, tal ejercicio resulta novedoso para la época. Sin embargo, esta particular situación se debe al estado de fuerzas en el escenario político argentino, en el cual habían surgido ya los primeros movimientos de resistencia -la Resistencia Peronista- luego del derrocamiento de Perón. A causa de esto los militares argentinos se interesan por el análisis de aquellos eventos que expusieran el peligro de la guerrilla interna tanto como métodos eficaces para combatirla. Si bien la 'amenaza comunista' está presente en el escenario extracontinental, el problema argentino posee sus propias problemáticas fronteras adentro.
"Estas teorías acerca de las amenazas internas son fortalecidas y sistematizadas por la Misión Militar Francesa, cuya conferencia del año 1957 es testigo de un concepto que será cada vez más central en el pensamiento militar: 'la guerra subversiva y la guerra revolucionaria tiene como finalidad la destrucción del régimen político y de la autoridad establecida, y su substitución por otro régimen político y otra autoridad'. Lo mismo con el axioma 'la guerra revolucionaria comunista es total, permanente, universal y multiforme'", que será latiguillo en las décadas posteriores.". Las citas corresponden a DE NAUROIS, PATRICE (Tte Cnl) "Algunos aspectos de la estrategia y de la táctica aplicados por el Viet-Ninh durante la campaña de Indochina" {1958}, en Revista de la Escuela Superior de Guerra, Buenos Aires, Nº328.
37. Ver su concreción en el marco legal argentino en la Ley de Defensa Nacional n° 16.970, 1966.
38. Discurso del Tte Grl Juan Carlos Onganía en la Quinta Conferencia de los Ejércitos Americanos en West Point, 1964, reproducido en Diario La Prensa, Buenos Aires, 7 de Agosto de 1964.
39. (..) a partir de 1970, con el surgimiento del fenómeno subversivo, comienza a producirse un cambio dentro del Ejército, del cual el propio Lanusse es quizás el ejemplo más elocuente. Entre 1955 y 1970 el peronismo había sido sin lugar a dudas el 'adversario principal' del Ejército y todas sus acciones políticas tenían como objetivo impedir que llegase al poder. Pero en los primeros años de la década del 70 surge un enemigo más peligroso, constituído por un conjunto de grupos que buscan el acceso al poder a través de la acción armada, lo cual los lleva inevitablemente a enfrentarse con el Ejército, al cual consideran 'guardia pretoriana' del sistema. Es así como gradual y paulatinamente la subversión pasa a ser el adversario principal' del Ejército, mientras que el peronismo se transforma en un 'adversario secundario'.". FRAGA, ROSENDO. Ejército..., op. cit., pág. 17.
40. Tal como plantea Druetta, se produce la militarización de la visión de la sociedad, como consecuencia de la definición de un enemigo, exterior, que se introducía en ella.
41. Decretos 261 y 2772, 5 de Febrero y 6 de Octubre de 1975, respectivamente.
42. Declaraciones del Contralmirante Horacio Mayorga, reproducidas en El Bimestre Económico, 2 de marzo de 1984.
43. Declaraciones del Teniente General Reynaldo Bignone, reproducidas en El Bimestre Económico, 18 de enero de 1984.
44. Declaraciones del Brigadier Lami Dozo, reproducidas en El Bimestre Económico, 6 de marzo de 1982.
45. JUNTA MILITAR. Documento Final. Buenos Aires, 28 de Abril de 1983.
46. Arte del Mando Naval {1949}. Instituto de Publicaciones Navales, Escuela Naval Militar, Río Santiago, 1957, pág. 227.
47 Testimonio de la esposa de Alberto S. Burnichon, detenida junto con su esposo (gremialista) y su hijo, en Nunca Más. Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas {1984}. Eudeba, Buenos Aires, 1984, pág. 18.
48. Testimonio de Silvio Octavio Viotti (Legajo 5473), en Nunca Más..., op. cit., pág. 321.
49. Desde ya, de esta construcción participaron por aprobación o pasividad, la sociedad y sus representantes.
50. DRUETTA, GUSTAVO. "Guerra, Política y Sociedad..." op. cit.