Título: Relaciones civiles-militares en el siglo XX venezolano - Capítulo I - Finales del siglo XIX e inicios del XX: Desde la desaparición de las huestes caudillescas hasta el predominio de los pretorianos
CAPÍTULO I - FINALES DEL SIGLO XIX E INICIOS DEL XX: DESDE LA DESAPARICION DE LAS HUESTES CAUDILLESCAS HASTA EL PREDOMINIO DE LOS PRETORIANOS
En la evolución del Ejército venezolano, desde finales del siglo XIX y durante el siglo XX, podemos distinguir unos aspectos en común . En estos años, se estructura un efectivo Ejército Nacional y se desarrolla un lento proceso de modernización y los inicios de la profesionalización militar institucional.
La constante, durante los años arriba señalados, no es otra, sino una peculiar y hasta paradójica simbiosis militar-civil y político-militar. Quien controle el Ejército Nacional, producto de una situación de fuerza (Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez) controlará internamente a Venezuela. Al fortalecerse la institución militar, los Ministros de Guerra y Marina o Ministros de la Defensa, serán los encargados del despacho ministerial antesala para la Presidencia de la República: General Eleazar López Contreras, General Isaías Medina Angarita, Coronel Carlos Delgado Chalbaud y General Marcos Pérez Jiménez. Los cambios políticos de sólo tres años, 1945-1948, han deslumbrado a numerosos analistas que magnifican los logros civilistas del llamado Trienio. Una especie de espejismo histórico, producto en buena parte del limitado estudio sobre la realidad militar venezolana y de un interés político muy bien publicitado. Durante este breve ensayo de gobierno civil, el poder político del sector militar se fortalece pretorianamente y el gobierno militar subsiguiente colapsará en 1958. En los inicios de los 1960's, se desarrolla un proceso de reacomodo en el recurrente acuerdo político-militar y militar-civil venezolano.
La simbiosis militar-civil y político-militar: Una constante olvidada.
Las guerras por la independencia dividen la historia venezolana en un antes y después. Los casi tres lustros de intenso combatir, prácticamente sin soluciones de continuidad, los esfuerzos libertadores allende el territorio de la antigua Capitanía General, dejaron profunda huella en la realidad venezolana. El proyecto político de 1811 se materializará, con modificaciones, en 1830. Dos actores sociales y políticos, básicos, emergen del proceso bélico independentista: Los militares y el Patriciado Civil. Al decir militares, entiéndase los Oficiales. Como Patriciado Civil, al núcleo propietario de hacendados y comerciantes.
Entre ambos sectores existían evidentes diferencias internas. En el sector militar, Irwin G (1985, 1988, 1990, 1996 y 1998-1999) argumenta la existencia de tres tendencias bien diferenciadas desde los mismísimos días del proceso guerrero independentista: Caudillos, Pretorianos y Oficiales Militares de Orientación Profesional.
Los primeros expresaban la herencia histórica tradicional y patrimonial, proveniente de la realidad social patrón-clientela en la Capitanía General de Venezuela. Eran los guerreros-políticos. Los segundos constituían una aberrada resultante del proceso bélico independentista, eran los militares-políticos que procuraban mutar hacia dominantes político-militares. Los terceros, recibían en heredad lo mejor de la tradición castrense hispana de la segunda mitad del siglo XVIII, entendían la carrera de las armas como una profesión ajena al personalismo y protagonismo político. Eran estos los militares-militares.
En el Patriciado Civil, las diferencias se expresan en términos aparentemente doctrinales. Tenemos los partidarios del liberalismo centro-federal, llamados por sus rivales políticos como los godos-conservadores-oligarcas. En el otro extremo del péndulo se encuentran los autoproclamados liberales-federales. Ambos sectores rivales, se encuentran en la práctica, penetrados por un agudo y dominante personalismo que antepone los intereses particulares de cada cual al interés colectivo, social, al llamado genéricamente "Bien Común" de la sociedad.
El Patriciado Civil estaba conformado por individualidades. Unas con más capital numerario que otras, siendo este aspecto la gran diferencia entre sus miembros, más que su condición de agricultores, criadores o mercaderes. Las tensiones que generan ambas condiciones dentro del Patriciado Civil, insistimos, personalismo político y desigualdades en la posesión de capital numerario, serán su "Talón de Aquiles" frente a los caudillos.
Como reportará A. Oropeza (1961), la Constitución de 1830 expresa el común compromiso para dirigir políticamente la sociedad venezolana, entre los sectores mencionados supra. Pero también anuncia, la intención del Patriciado Civil por lograr la subordinación política del sector militar. Reacciones caudillescas (la de los guerreros-políticos) y pretorianas (la de los militares-políticos) contra el naciente nuevo orden institucional, son dominadas mediante la negociación y de ser necesario el uso de la fuerza. La institucionalidad sobrevive hasta 1846.
Las presiones sociales generadas por el novedoso liberalismo económico, la crisis y recesión económica de los 1840's y el secular personalismo en los dirigentes políticos de la sociedad criolla llevan al colapso institucional. Este expresa la incapacidad de compromiso y las ambiciones de poder personalistas entre los sectores enfrentados del Patriciado Civil. La "simbiosis militar-civil y político-militar" se manifiesta ya autoritariamente en los gobiernos de los hermanos Monagas, 1847-1858. El Patriciado Civil, como tal, claudica ante los caudillos.
Lo curioso del caudillismo venezolano, dominado efectivamente en su potencial autoritario durante los primeros tres lustros de vida independiente, es que no expresa el predominio de un auténtico sector militar en la sociedad criolla. Por el contrario, el caudillismo es una reacción de los propietarios civiles que se proclamaban "comandantes", "coroneles" o "generales" con sus huestes armadas personales y que actuaban personalista, violenta y políticamente.
Caudillo era cualquier patrón que empleaba a su clientela con fines personalistas, recurriendo directa o indirectamente a la violencia física en la arena política local, regional o provincial y nacional. El obvio resultado de lo recién enunciado, era la inexistencia de un efectivo Ejército Nacional. El corolario político de esta situación, era el personalismo y la violencia física como substitutos de la institucionalidad.
Lo paradójico de toda esta situación, es que una de las tendencias de los Oficiales militares que se puede identificar como característica del proceso independentista, la conformada por los caudillos, se convierte en la dominantemente protagónica tanto en el escenario nominalmente militar como en el civil. El resultado es la perversión institucional de las estructuras del poder civil y de la realidad militar. Una realidad caudillesca donde estos guerreros-políticos, los caudillos, vía la violencia física personalista dominan la historia venezolana, hasta finales del siglo XIX.
El Patriciado Civil, no encuentra otra solución que pervertirse políticamente. Las diferencias entre conservadores-godos-oligarcas y los supuestos liberales-federales se resolverán en la Revolución Federal y sus corolarios bélicos inmediatos (1859-1872). El muy doctor y civil Antonio Guzmán Blanco, se transforma en guerrero-General y personifica la fusión entre los supuestos militares, en realidad caudillos, y la élite civil. En este doctor-caudillo llamado por los adulantes de su época Ilustre Americano, se expresa personalistamente la fusión "política-militar" dominante hasta 1887-1888.
Las esperanzas de avanzar hacia formas institucionales de dirección política de la sociedad, durante los gobiernos más nominales que reales de los presidentes civiles Rojas Paúl y Andueza Palacio (1888-1892), se ven frustradas ante el peso del caudillismo. Este se ve representado por la Revolución Legalista de 1892. El predominio político subsiguiente del "Taita Crespo", el vencedor en la Revolución Legalista, personificará este tradicional acuerdo entre los guerreros-políticos hasta el día de su muerte, el 16 de abril de 1898. El antiguo hijo de campesinos será luego hacendado y General, sin más formación que la guerra civil, Joaquín Crespo es el último caudillo nacional del siglo XIX venezolano.
Si bien los caudillos, definidos por Irwin G (1985 y 1988) como: guerreros, políticos, personalistas, que emplean su hueste armada personal como instrumento básico de su poder político, desaparecen como los actores (así en plural) fundamentales en la dirección política de la sociedad venezolana en la coyuntura histórica 1898-1903, sobrevive al caudillismo, el tradicional personalismo político. Uno, que se personifica en Cipriano Castro, primero, y Juan Vicente Gómez, después.
Ramón J. Velásquez (1973) refiere a una nueva fórmula del poder, en Venezuela, durante los gobiernos de Castro y Gómez. Es una ecuación política donde resaltan un efectivo Ejército Nacional, una administración estatal centralizada y el General-Presidente. Cipriano Castro primero y Juan Vicente Gómez después. Inés Quintero (1989) minuciosamente describe la muerte, velorio y entierro del caudillismo del siglo XIX venezolano, en estos años iniciales del naciente siglo XX.
El instrumento quirúrgico empleado para extirpar el tumor del caudillismo, fue la formación de un efectivo Ejército Nacional, como bien lo explicara Burggraaff (1972). El papel desempeñado otrora por los caudillos, es sustituido durante los primeros treinta años del siglo XX por el dictador. Es éste quien personifica la simbiosis militar-civil y político-militar que se expresa en una realidad autoritaria, donde el Ejército Nacional y la burocracia estatal civil son realidades sujetas personalmente su dominio .
Recurrentemente, en la Venezuela post-independentista, un sector que se convierte en dominante dentro de la sociedad venezolana frustra el predominio de auténticas reformas liberales desde los 1840's. Estas son aceptadas sólo parcialmente y deformadas en su esencia ciertamente liberal. Bajo la fórmula política caudillesca, durante el siglo XIX, se pervierte y deforma el liberalismo. Durante el naciente siglo XX, el entendimiento militar-civil y político-militar frustra los auténticos proyectos liberales.
La constante es esa especie de fusión de intereses entre los que se consideran militares (ya sea por su condición de exitosos veteranos de las guerras civiles y la vida de cuartel o por haber egresado de las instituciones educativas castrenses) y la élite civil subordinada ante aquellos. Esta especie de tácito acuerdo, se expresa bajo formas variadas de carácter político y militar. Inicialmente el gobierno dictatorial personalista con una base cierta en el apoyo decidido del efectivo Ejército Nacional en proceso de formación, es decir, el gobierno autoritario del General Cipriano Castro. Inmediatamente después vendrá el General Juan Vicente Gómez y sus marionetas políticas civiles. Este último gobernará hasta morir en cama, en Maracay, en diciembre de 1935.
La fusión militar-civil y política-militar presenta como antecedente el caudillismo del siglo XIX. La constante será el predominio del protagonismo personalista y político de los llamados (en algunos casos autoproclamados) Generales. En Venezuela, de los caudillos de ese siglo se avanzará sin solución de continuidad, hasta llegar al dictador del siglo XX.
El dictador versus los caudillos: Una necesaria aclaratoria conceptual
Durante un proceso que se inicia con la coyuntura histórica 1898-1903, la realidad militar pasa a ser controlada por los Oficiales militares de orientación pretoriana. Los caudillos, los guerreros-políticos son muertos en batalla, o son castrados políticamente, por Castro primero (1899-1908) y Gómez (1908-1935) después. Pero sobrevive el personalismo político.
No deja de molestar al lector imparcial leer las loas a Castro o Gómez en las Memorias de Guerra y Marina hasta 1935. Algo de esto sobrevive en las Memorias post 1936 hasta 1945, pero en un tono menos hiperbólico. Lo importante de este detalle, aparentemente de estilo y superficial, es que refleja un aspecto particularmente importante: como el personalismo en la realidad militar venezolana va cediendo ante el incremento de la institucionalidad. La tendencia caudillesca desaparece, pero el personalismo político sobrevive aunque bajo la presión de una institución castrense cada vez más sólida.
La tendencia pretoriana dentro del cuerpo de oficiales militares se presenta como la predominante y la de orientación profesional, aún cuando aumenta en un número y proporción sin precedentes en la historia republicana venezolana durante los años 1910-1945, permanece en su tradicional condición subordinada. Era el Ejército la única fuente cierta de poder político real, todo intento de lograr un cambio en la estructura de poder tenía que ser vía o contra el efectivo Ejército Nacional.
Funes, el guerrero déspota del balatá en la Amazonia criolla de inicios de siglo y su actitud caudillesca en la periferia sur de Venezuela, nunca representó un peligro para la realidad militar venezolana. Arévalo Cedeño, curiosamente victimario de Funes, y sus correrías supuestamente antigomecistas por los distantes llanos nunca pasó de ser una molestia secundaria, fácil de mantener bajo debida supervisión y control. Enemigos personales de Gómez, como el General Juan Pablo Peñaloza, fueron sometidos por la fuerza y encarcelados. Peligros de autoridad dentro de la institución armada y con ambición de poder político propio como las del General Ramón Delgado Chalbaud, en tanto ponían al Ejército a decidir entre el poder político de Gómez, amén de su propia existencia, y el aventurarse ante un nuevo Jefe, siempre fueron superadas: ¡Gómez Único!
Un caso interesante y ampliamente comentado en la bibliografía sobre el gomecismo, particularmente la superior colección "Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses", es la acción desarrollada por Eustoquio Gómez en el Táchira. Desde 1913 hasta mediados de la década de 1920, la estabilidad política andina tachirense es asegurada por el familiar de Juan Vicente Gómez, quien desarrolla acciones y poderes prácticamente virreinales.
Las Memorias de Guerra y Marina, nada reportan sobre la violencia recurrente en la región andina. Sólo en una (1920), se refieren al conocido y fracasado atentado contra Eustoquio. Sobre la situación en el Táchira, las migraciones de venezolanos de bien y trabajo hacia Norte de Santander y otros territorios colombianos, como consecuencia del barbarismo gomecista, nada dicen los informes al Congreso del Ministro de Guerra y Marina.
El General Eustoquio Gómez y su desempeño en el Táchira amerita ser explicado, aún cuando sea brevemente. Su comportamiento está dentro de la peor tradición caudillesca: civil de origen, General de guerras civiles sin estudios militares, con un grupo armado que le era perrunamente fiel, hueste que empleaba como su instrumento de poder político regional. Pareciera, pues, un caudillo provincial en la más nítida tradición del siglo XIX venezolano. Pero su poder político está subordinado al Comandante en Jefe del Ejército de Venezuela: General Juan Vicente Gómez.
Eustoquio carecía de un poder político propio, su poder era delegado, su misión era servir a los intereses personalistas de Juan Vicente, convertirse en un soporte más de la estructura de poder centralizante del dictador. Cuando su presencia en el Táchira fue más inconveniente que favorable para los intereses de poder de Juan Vicente, el General Eustoquio será sustituido. El instrumento clave para lograr este cambio, así como todos los muy numerosos cambios en mandos militares y políticos efectuados durante la longeva dictadura, fue el Ejército fiel personalmente al General en Jefe Juan Vicente Gómez.
Los guerreros-políticos (así en plural) desaparecen como factor de poder. Los militares-políticos se subordinan interesadamente ante su Comandante en Jefe, quien paradójicamente era el único caudillo con poder político cierto en todo el territorio nacional. Los militares-militares, la sacrificada minoría, en sus cuarteles, institutos educativos castrenses, bajeles de la marina de guerra y cargos burocráticos en empresas del estado. Mudos testigos en un país que luego de casi un siglo de guerras civiles por fin alcanzaba una paz aparente y se estructuraba como nación, avanzando lenta y muy controladamente en un proceso de modernización.
El Ejército era el instrumento para gerenciar monopólicamente la violencia directa, organizada y supuestamente legítima del Estado. El Ejército era un agente supuestamente modernizador. El segmento de Oficiales pretorianos paga el precio de su subordinación ante el único sobreviviente con poder nacional de los seculares guerreros-políticos. Los Oficiales de Orientación Profesional apuestan al futuro, soportando un presente reñido con una auténtica profesionalidad militar, pero que era visto como un progreso ante los desmanes ocasionados por los responsables de la anterior y recurrente violencia política.
Los negocios de las guerras civiles pertenecían al siglo XIX venezolano, con Castro y Gómez se pasa a los negocios del dictador y su círculo de poder. La anarquía demagógica fue identificada con la acción de los partidos políticos históricos: godos-conservadores y liberales-federales. Grave e interesado error de apreciación. La violencia era el resultado de la acción de los caudillos, esos que habían sido ya heridos mortalmente por Castro y luego serán enterrados por Gómez.
Los partidos políticos eran el medio idóneo para avanzar en el proceso de una cierta institucionalización de la actividad republicana, el paso decisivo para adentrarse en la modernidad política. Pero la existencia de tales instrumentos de mediación ciudadana, sería el comienzo del fin del sector pretoriano en el Ejército y del poder del dictador. Por ello, la literatura interesada del régimen gomecista presenta como los responsables de las guerras civiles a los conservadores y los liberales, los culpables del atraso, la inestabilidad y la corrupción serían los partidos políticos.
Estas dos palabras: Partidos Políticos, se convierten en el imaginario colectivo, ante la actitud de los defensores y publicistas del nuevo orden rehabilitador gomecista, en sinónimo de corrupción. En síntesis, en una grosería que debía y tenía que ser descartada del diccionario político venezolano de comienzos del siglo XX.
En la Venezuela del Castro-gomecismo se pasa de la anarquía demagógica a la tiranía monócrata. Esto obedece, fundamentalmente, a la ausencia de eficientes y auténticas instituciones republicanas, lo suficientemente sólidas para servir de dique de contención ante las fuerzas que anteponen su beneficio personal al colectivo nacional, al interés común, al bienestar social. La advertencia de Bolívar en su Carta de Jamaica de 1815, en el sentido de evitar los extremos perniciosos de la anarquía demagógica y la tiranía monócrata, habían caído una vez más en saco roto en esta Tierra de Gracia venezolana.
Resulta absolutamente imprescindible para comprender la evolución histórica del Ejército venezolano y su relación con el ejercicio del poder, aclarar acertadamente ciertos aspectos que pueden prestarse a interesadas interpretaciones, confusiones y disparates analíticos. Es decir, saber diferenciar lo que representa el poder político ejercido por, digamos, un General José Tadeo Monagas, el doctor y General Antonio Guzmán Blanco o el General Joaquín Crespo con referencia al de Castro-Gómez. Es la diferencia que existe entre los caudillos y el dictador.
En un corto artículo Wolf y Hansen (1969), establecen un agudo contraste entre el caudillo y el dictador. Este último, podía ser por su origen un caudillo, pero ya no lo era plenamente por la estructura política en que se desenvuelve, por sus funciones o forma política de operar. El dictador funge como jefe supremo de una efectiva fuerza armada nacional, la cual básicamente cumple funciones policiales internas. La acción y misión de esta fuerza armada nacional era mantener el tan deseado por los inversionistas foráneos y sus aliados criollos: orden, paz, fin de las recurrentes guerritas civiles y violencia física supuestamente política. El dictador era la máxima expresión de poder del nuevo acuerdo entre los sectores propietarios criollos y los nuevos inversionistas foráneos. Lamentablemente Wolf-Hansen no refieren al caso específicamente venezolano.
Estudiando la realidad venezolana de los siglos XIX y XX, Ramón J. Velásquez (1973 ) describe la aguda diferencia entre lo que él denomina como binomio político "partido-ejército" y el trípode de poder: presidente-jefe, de un efectivo Ejército Nacional y de una administración pública centralizada. Monagas, Guzmán Blanco y Crespo se ubican dentro de la primera fórmula de poder. Castro-Gómez en la segunda. La diferencia fundamental entre una y otra, es la existencia de un efectivo Ejército Nacional como instrumento básico del poder político.
Entre los más agudos análisis sobre los caudillos del Hemisferio Occidental, destaca la obra del hispanoamericanista británico John Lynch (1992, véase especialmente el último capítulo). Afirma Lynch que el personalismo es una constante en la realidad hispanoamericana y que éste se expresa fundamentalmente, en lo político, de tres formas básicas: caudillismo primitivo, dictadores oligárquicos y dictadores populistas. Como ejemplos típicos señala los casos de Juan Manuel Rosas en la Argentina, Porfirio Díaz en México y Juan Domingo Perón en la Argentina, respectivamente.
Surge pues, producto del análisis desinteresado y académico, como inevitable, al tratar este tema, la aguda diferencia existente entre el caudillo y el dictador. La gran diferencia entre ambos: las bases efectivas y ciertas del ejercicio del poder político, es decir, los instrumentos concretos y reales empleados para ejercer dicho poder. Para Castro-Gómez el medio fundamental era el Ejército Nacional, para Monagas, Guzmán Blanco y Crespo los "ejércitos particulares" propios y de sus aliados de provincia. Si existen ejércitos privados el Ejército Nacional será tan de papel como los discursos oficiales y oficiosos, tan letra muerta como las constituciones nacionales.
En el caso venezolano la evidencia se muestra como concluyente en lo que atañe al carácter ya dictatorial de Castro primero, y más nítidamente de Gómez después. Tratar de entender a Guzmán Blanco como un dictador de orden y progreso o un dictador oligárquico es un error analítico. El proyecto modernizante de Guzmán es una segunda edición desmejorada, por el caudillismo, del proyecto nacional de los años 1830-1846.
Atraer capitales foráneos e inmigración, las muy liberales y personales tensiones con la Iglesia y sus máximas autoridades en Venezuela, los esfuerzos en mejorar las vías de comunicación reduciendo así el aislamiento provincial, el celo más aparente que real por la integridad territorial venezolana, poner orden en los asuntos de la hacienda y deuda pública, etc., son todos proyectos de los llamados conservadores de las décadas de 1830-1840, que Guzmán Blanco retoma haciéndolos propios.
Las mejoras en la educación pública y los civiles registros de nacimientos, defunciones, matrimonio y divorcio sí son logros de los gobiernos de Guzmán Blanco, así como las obras de ornato público en Caracas. Pero en sus logros reales, insistimos, el "Ilustre Americano" es más un continuador y no un innovador. Las novedades son más de forma que de fondo. El proyecto de país liberal, que proponían los godos de 1830-1846 (dentro de un marco legal auténticamente republicano e institucionalmente operante), busca desarrollarlo el hijo de Antonio Leocadio bajo condiciones caudillescas.
En el aspecto militar Guzmán Blanco continúa con un ejército de papel, confiando en las huestes de los caudillos de provincia personalmente fieles a él, amén de las propias, para el ejercicio del poder. Lo novedoso con relación al gobierno autoritario de José Tadeo Monagas, es que Guzmán logra lo que no pudo Monagas: vincularse simbióticamente con el partido liberal. Es decir, convertir su clientela política personal en los "auténticos" liberales y a sus enemigos vincularlos, fueran en realidad o no, con los godos-conservadores.
Sobre Crespo, bien podemos decir otro tanto. Como dato curioso referimos al Boletín Militar (1892) donde las huestes de Crespo durante la Revolución Legalista son calificadas como "godos" por los defensores del gobierno. Desde los tiempos de El Libertador, 1810's-1820's, la palabra godo se convirtió en una grosería en el imaginario colectivo venezolano. Joaquín Crespo era tan liberal, a lo venezolano del siglo XIX, como Guzmán. Ambos eran caudillos, que vestían la chaqueta del liberalismo para cubrir con un supuesto manto doctrinal su ambición muy personal de poder. Este dependía, hasta la muerte de Crespo 1898, de la inexistencia de un efectivo Ejército Nacional.
En la Venezuela del siglo XIX no existieron partidos políticos armados que dirimían sus diferencias en los campos de batalla. Nada que pueda compararse en términos de igualdad, con las luchas entre Pipiolos y Pelucones en el Chile republicano antes de las reformas de Portales. Los llamados partidos históricos, repetimos godos-conservadores-oligarcas y liberales-federales, se suicidan políticamente en la coyuntura histórica 1846-1849. Al colapsar la institucionalidad republicana, durante el primer gobierno de José Tadeo Monagas, los actores políticos realmente dominantes desde ese entonces serán los caudillos.
José Tadeo nunca pudo vincularse simbióticamente con el movimiento liberal. Desde la Revolución Federal prácticamente todos en Venezuela eran de nombre liberales-federales. Los "godos" eran siempre los vencidos. Era una realidad dominada por los guerreros-políticos-personalistas. El resultado no podía ser otro que las recurrentes guerras civiles, ausencia de real institucionalidad republicana, un personalismo exacerbado, una realidad donde resultaba imposible la existencia de partidos políticos. Los que adoptaban para sí ese nombre eran simples banderías personalistas, nunca auténticos partidos políticos. Eran tan falsos, por ser meramente nominales, como el Ejército Nacional de ese entonces.
Los relatos contenidos en dos textos venezolanos ilustran sobre las diferencias referentes a las bases efectivas de poder entre los caudillos, así en plural y el dictador, así en singular. Lo interesante y valioso del aporte que ofrecen al estudioso de las relaciones civiles-militares venezolanas, es que ninguno de los dos fue escrito con la intención de justificar otra cosa que la vida particular de sus autores. Ambos son libros autobiográficos y como tales reflejan dos momentos distintos de la realidad política y militar venezolana.
El primero de los libros arriba mencionados, lleva por título Memorias de un Tachirense del Siglo XIX (Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, No. 14) del General Francisco Alvarado, un caudillo menor. El segundo es Cuarenta y Cinco Años de Uniforme (Memorias 1901 a 1945), impreso en Caracas, por la Editorial Bolívar, sin fecha de publicación, pero probablemente sale de la imprenta en 1947; su autor es el Coronel Pedro García Gil, un militar de guerras civiles y de cuartel.
La autobiografía del General Alvarado nos traslada a la Venezuela de los caudillos, la época del predomino de esos guerreros-políticos-personalistas que inculcaron en la imaginación del colectivo venezolano la idea que se gobierna por la autoridad que emana de la fuerza y no de las leyes. Manda el que se evidencia como el guerrero más capaz, dirige no el líder, institucional por definición, sino el jefe, el patrón. La política y la violencia física personalista eran hermanas gemelas en la Venezuela de los caudillos.
El joven Alvarado se transforma de comerciante en guerrero durante los azarosos años de la Revolución Federal, de la Guerra Larga o Revolución Federal (1859-1863). Sin estudios militares, pero con experiencia guerrera, obtiene el grado de General y se desenvuelve en el medio caudillesco sin lograr consolidar una influencia regional. Pero a diferencia de esos caudillos regionales, Alvarado transciende no por sus acciones de poder, lo hace por el retrato vivo de esa Venezuela de la segunda mitad del siglo XIX que ofrece su escrito.
El Coronel Pedro García Gil dice haber terminado el texto de su libro en febrero de 1945 cuando comandaba la Brigada No. 8 del Ejército, en Caripito. En la página [5] del texto dice: " Quizás en la actualidad este libro carezca de interés para el público"... Como efectivamente era muy probable, continua diciendo: ... "pero, las generaciones de mañana apreciaran en sus páginas la verdadera evolución alcanzada por nuestra Institución Armada." Ciertamente, logró su objetivo como evidencia testimonial. Es un ejemplo de esa oficialidad sin escuela y academia sistemática, servidora de un poder dictatorial inicialmente y luego garante del proceso gradual de transformaciones políticas, durante 1936-1945.
Lo verdaderamente importante del escrito de García Gil, es que tenemos un ejemplo autobiográfico de esa oficialidad militar sin estudios sistemáticos castrenses que emerge defendiendo al gobierno de Cipriano Castro en la guerra civil con la cual se inicia, prácticamente, el siglo XX venezolano: La Revolución Libertadora (1901-1903). Son esos Oficiales que harán de la carrera de las armas una profesión, más por vocación y práctica del oficio que por estudios militares.
También se evidencia en el libro del Coronel García Gil, como el personalismo aún dominaba la estructura castrense del gomecismo. Es un personalismo que se entremezcla con el sprit de corps originando una expresión política de carácter pretoriana. Son oficiales como éstos los que gerenciarán al Ejército, pero compartiendo esa responsabilidad con esa minoría en constante aumento al pasar de los años, es decir, los egresados de las instituciones educativas castrenses: Escuela Militar, Naval y las efímeras pero importantes Escuelas de Aplicación.
Para poder entender la aguda diferencia entre el caudillo y el dictador, se debe superar la superficialidad de los análisis. Ambos pueden ser personajes con una personalidad carismática, ambos evidencian un agudo personalismo, ambos fundamentan su poder en una situación de fuerza. Pero la diferencia entre caudillo y dictador se establece, en el caso venezolano, en la existencia o no de un efectivo Ejército Nacional. Este y huestes caudillescas son términos antitéticos. Si uno existe efectiva y dominantemente el otro será de "papel", sólo nominal y viceversa.
La sociología de Max Weber es uno de los nudos polémicos para entender académicamente el fenómeno de los caudillos. Lo interesante del asunto es que Weber nunca estudio el caudillismo. La discusión intelectual se origina precisamente de ello. En Economía y Sociedad (1969) Weber nos habla de los diversos tipos de dominación, como tipos ideales. No sin influencia del idealismo hegeliano y más propiamente neo-kantiano, buscaba establecer un puente entre lo universal ... "y lo individual"..., como bien afirma Martínez Lázaro (1975, p. 1055). El Idealtyp es una abstracción general, donde encuentran, más o menos, cabida los casos individuales.
Weber (1969) entiende por dominación: ... "la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado para mandatos específicos [...] o para toda clase de mandatos"... (p. 170; sobre este aspecto de la sociología weberiana, véase, pp. 170-241). Distingue tres tipos básicos o puros de lo que califica como dominación legítima... "El fundamento primario de su legitimidad puede ser: 1.- De carácter racional [...] 2.- De carácter tradicional [...] 3.- De carácter carismático" ... (p. 172).
Al tratar el tema del caudillismo weberianamente, los académicos tienden a dividirse en dos sectores. Unos entienden el fenómeno de los caudillos como una expresión de dominación Carismática. Otros, señalan que es una forma Tradicional y Patrimonial de dominación
Entre los investigadores hispanos e iberoamericanos, prevaleció, por muchos años, la idea sobre el fenómeno del caudillismo como una manifestación de dominación Carismática. Los libros del español Francisco Javier Conde (1942 y 1945), son un fiel reflejo de esta situación. También, no podemos dejar de pensar que era una manera interesada de justificar, buscando supuesta aprobación académica adoctrinante, para el gobierno del General Franco: "Caudillo de España por la Gracia de Dios".
Como señala Irwin G (1986), no deja de sorprender al lector culto las dificultades que surgen con algunas de las traducciones del alemán al castellano en las obras Weber. Así, si comparamos las versiones al inglés y al castellano del discurso sobre "La Política", dictado en la Universidad de Münich, en 1918, encontramos interesantes diferencias que es necesario explicar. La versión española se tomó de: El Político y El Científico (Alianza,1976, pp. 82-155). Se comparó con el texto en inglés Essays in Sociology (From Max Weber), editado en Londres por Routledge & Kegan Paul Ltd ( s/f., pp. 77-128). Presentaremos sólo los 7 ejemplos iniciales:
El primero: ... "u otras cualidades del caudillo"... (p.85) ... "or other qualities of individual leadership"... (p. 79) El segundo: ... " 'carisma' puramente personal del 'caudillo' "... (p.86) ... "personal 'charisma' of the 'leader' "... (p. 79). El tercero: ... "del caudillo en la guerra"... (p. 86) ... "the leader in war"... (p. 79). El cuarto:... " El caudillaje"... (p.87) ... "Charismatic leadership"... (p. 80). El Quinto: ... " El caudillaje político"... (p. 87) ... "Political leadership"... (p. 80). El sexto: ... " para el caudillaje carismático"... (p. 88) ... "by a charismatic leader"... (p. 81) El séptimo: ... " los caudillos carismáticos"... (p. 92) ... "the charismatic leader" (p. 83).
Para no cansar al lector no se presentan los otros ejemplos (pp. 116 con 94; 130 con 103; 137 con 107; 147 con 112; 150 con 113 y 151 con 114). En todos, las diferencias son recurrentes con los ejemplos presentados. El término liderazgo carismático es traducido como caudillaje. El líder carismático como caudillo. El líder personalista como caudillo.
Julio Pinto (1996) en un sesudo análisis de los planteamientos de Weber sobre la Democracia y el Liberalismo, se refiere a la posibilidad cierta del caudillo como un líder político carismático (pp.129-155). Éstos podrían tener cabida dentro de realidades liberales y democráticas. Son los que califica como caudillos plesbicitarios. Según Pinto, Weber veía en ellos la capacidad de superar la esclerosis política, que bien tendían a producir las burocracias partidistas y gubernamentales. Los ejemplos que presenta son por demás gráficos para entender su análisis (p.155): Andrew Jackson el presidente y político que logra vitalizar el sistema democrático estadounidense, para comienzos del siglo XIX, y el líder del partido liberal británico en ese mismo siglo, Gladstone.
Si tomamos las ideas de caudillo que presenta Pinto (sus ejemplos de caudillos plesbicitarios dentro de contextos liberales) y las comparamos con el texto que recoge la más completa selección sobre las clásicas interpretaciones del caudillismo según los estudiosos venezolanos del fenómeno hasta comienzos del siglo XX, el texto de Tosta (1954), encontramos que difícilmente pueden compararse en términos de igualdad sociológica e histórica Gladstone, Jackson, con digamos, Monagas y Crespo. Como tampoco podrían compararse en términos de igualdad sociológica la dominación de los profetas del Antiguo Testamento con un Antonio Guzmán Blanco. Una cita del texto de don Virgilio Tosta (1954, p.7) sirve para aclarar bien las diferencias interpretativas que venimos comentando:
"la casi totalidad de los sociólogos americanos admite que el caudillismo se manifiesta por la existencia de un hombre fuerte,--'tirano absoluto', 'gendarme necesario', 'caudillo máximo' o 'caudillo benefactor'--, que encarna un régimen político personalista, y que realiza la función de gobierno con plena renuncia de los postulados políticos y administrativos que deben orientar el lógico y armonioso desarrollo de las instituciones.
De modo que para la mayoría de nuestros sociólogos caudillismo, personalismo y tiranía son sinónimos."
Pero dejando de lado el problema de las traducciones e interpretaciones arriba referidas, no sorprende, pues, como siguiendo el análisis sociológico propuesto por Weber muchos académicos iberoamericanos identificaban el caudillismo con una dominación de carácter Carismática. El interés político inmediato o propagandista, no deja de estar ausente en algunos de estos análisis.
El colombiano Fernando Díaz Díaz (1972) en su tesis doctoral en el Colegio de México, procura diferenciar a los caciques, como los jefes "malos", frente a los caudillos como jefes "buenos". Entendiendo al caudillismo como una expresión de dominación carismática según la sociología de Max Weber.
El análisis de Díaz Díaz es sobre el México del siglo XIX, contrastando los casos de Álvarez y Santa Ana. Pero el estudioso imparcial no puede menos que pensar en el contenido político indirecto de la muy académica tesis. Especie de trasfondo no precisamente mexicano sino colombiano. Los caciques "malos" de los conservadores y liberales colombianos. El caudillo "bueno" del liberalismo: Jorge Eliécer Gaitán. El carácter carismático del liderazgo de Gaitán es innegable. Pero su condición de caudillo si resulta polémica. Caudillo como se entiende en las traducciones al castellano de los planteamientos de Weber, referidos supra, solo parcialmente. Pero, resulta innegable, que surgirían serias dudas sobre su condición de líder personalista.
Recurriendo a la sociología de Weber, como ya dijimos, otros académicos, entienden el fenómeno del caudillismo como uno de carácter Tradicional y Patrimonial. En el Político y el Científico (1965, p. 85) el sociólogo alemán sostiene que la dominación Tradicional representa la legitimidad de la ..."costumbre consagrada por su inmemorial validez y por la consuetudinaria orientación de los hombres hacia su respeto"... En Economía y Sociedad... (1969, p. 185) afirma que con aparición de una realidad administrativa y militar: ... "toda dominación tradicional tiende al patrimonialismo y en caso extremo de poder de mando al sultanato"... Así, la dominación Patrimonial es una ... "primariamente orientada por la tradición, pero ejercida en virtud de un derecho propio"... Será sultanista, aquella dominación Patrimonial ... "que se mueve, en la forma de su administración, dentro de la esfera del arbitrio libre, desvinculado de la tradición."... La distinción entre ambas, Patrimonial y Sultanista es ... "completamente fluida"...
Estudiosos del fenómeno caudillista hispanoamericano, como Liisa North (1966), tienden a considerar éste como uno de carácter Tradicional y Patrimonial. Rubén Zorrilla (1972, p. 25) sostiene que el carisma, pese al ilustre aval de Max Weber ... "se torna en absoluto improcedente para explicar el fenómeno del caudillo"..., en la Argentina del siglo XIX. Amos Perlmutter y Valerie Plave Bennett (1980), consideran al caudillismo como una expresión de dominación Tradicional y Patrimonial.
En el caso venezolano del siglo XIX, Irwin G (1985 y 1988), apoyándose en los comentarios analíticos de Perlmutter y estudiando la evidencia histórica conocida, concluye que el caudillismo es una expresión política que se fundamenta en relaciones patrón-clientela, de carácter guerrero, político y personalista. El caudillo no es propiamente un líder sino un jefe. Podía o no ser carismático, lo que no podía dejar de ser, era el jefe una hueste armada que le fuera personalmente fiel.
Para R. Bañón y J. A. Olmeda (1985, pp. 292-293) el caudillo no sólo es sinónimo de dictador sino que fundamenta su poder en: ..."su condición carismática reafirmada por la autoridad militar máxima y por ello es irresponsable"... Sobre lo último no hay discusión alguna. Sobre lo primero sí. El análisis de Bañón y Olmeda se apoya, únicamente, en el caso del General Franco en España, por lo que afirma: ..."la figura del caudillo político, versión del liderazgo del soldado heroico victorioso."...
Sobre el carácter dictatorial del gobierno franquista no surgen dudas, otro tanto se podría admitir de la condición carismática del General Franco. Pero lo que se discute es su condición de caudillo. Para darle tal calificativo habría que apoyarse en las peculiares interpretaciones que del caudillo hacen autores como Francisco Javier Conde, referido supra. Es decir, caudillo como líder carismático, como Führer... Nada que pueda efectivamente compararse con los casos de un Jackson o un Gladstone, también referidos supra.
El otro aspecto interesante es la referencia a la fuente militar del poder del caudillo. Pareciera como si se buscara excusar la condición de dictador militar del General Franco. Se aprecia como más elegante, menos incivilizado y primitivo, decir Caudillo y Caudillaje en cambio de caracterizar al régimen por su verdadera condición autoritaria, dictatorial y militar. En este sentido, resulta útil la lectura del artículo de Miguel Alonso Bequer (1997, p. 5): "Antes de 1957 el régimen del general Franco había funcionado como una dictadura personal o cesariana"... Después, se inicia un período de transición de poder burocrático militar, hasta avanzar firme y aceleradamente hacia la democratización en los 1970's.
Esta manera de entender y comprender, para no decir justificar, el fenómeno de los gobiernos militares y autoritarios, como lo hace Francisco Javier Conde en sus obras, es altamente subjetiva. El problema de fondo es el concepto de ejército. Pareciera que hueste y ejército fueran lo mismo, cuando bien se sabe que no lo son. Se procura una relación de igualdad entre líder carismático y dictador militar, cuando tal no es siempre el caso.
Un análisis como el de Bañón y Olmedo deja de lado lo que son las bases efectivas de poder del caudillo y el dictador militar. Para el primero la hueste, los llamados "ejércitos particulares" así, entre comillas y minúsculas. Para el segundo el Ejército, como una realidad institucional. El Ejército bien puede contar con el apoyo de organizaciones civiles subordinadas, en realidad, al poder político y personal que ejerce el dictador. Pero es la institución militar la base y fuente del poder político del dictador castrense. Una institución militar sometida al dominio personificado en el dictador.
Sintetizando, caudillos y dictadores no deberían ser entendidos como sinónimos históricos en el devenir venezolano de los siglos XIX y XX. Otro tanto podemos decir de caudillismo y dictaduras militares iberoamericanas. La confusión estriba en que en ambos fenómenos encontramos evidencias de esa peculiar fusión de intereses entre un sector armado de la sociedad, que se convierte, producto de la fuerza física que detentan, en los actores políticos dominantes y un sector civil que claudica su civilidad política, por las más diversas razones. Los intereses políticos de los guerreros primero y de los militares, después, parecen sobreponerse a los intereses de la sociedad en su conjunto. Pero una cosa son huestes de guerreros y otra son ejércitos con Oficiales militares que los dirigen.
Las "Luces Civiles" y las "Cachuchas Militares": La élite gobernante del autoritarismo venezolano del naciente siglo XX.
Las "luces del gomecismo" es una expresión didáctica, feliz y acertada empleada por Yolanda Segnini (1986 y 1988) para caracterizar al segmento civil, intelectual, pensante, clave para la subsistencia del régimen del ganadero-comerciante y General Juan Vicente Gómez.
Pero también existieron las "cachuchas militares", los kepis, o gorras militares del gomecismo. No sólo eran los casos a lo García Gil, Teniente-Coronel para el momento en que Gómez le propina la patada histórica a Castro, en diciembre de 1908. Serán, también, los egresados de las instituciones educativas militares desde 1910 en adelante, muy principalmente los Subtenientes egresados de la Escuela Militar.
Para ambos, "luces civiles" y "cachuchas militares", el dictador de orden y progreso o el dictador oligárquico era el único remedio para acabar con la enfermedad de las guerritas civiles y la recurrente inestabilidad política que llevaba al país al borde de su disolución como tal.
Para esa sección pensante de la sociedad, la élite civil, mayoritariamente, Gómez era un mal necesario. Para los militares del efectivo Ejército Nacional, era asegurar su propia neonatal existencia. Ambos sectores entendían que su suerte se vinculaba simbióticamente con un régimen que si bien negaba libertades básicas, aseguraba el fin de las guerras civiles y la existencia del país. Venezuela como tal para la élite civil. La Patria para los militares.
Lo interesante del proceso de racionalización intelectual del nuevo régimen por parte de las "luces del gomecismo", plumas y mentes brillantes como las de José Gil Fortoul, Laureano Vallenilla Lanz, José Manuel Arcaya, etc., es que no parecen interesarse en la armazón fundamental de poder para el sostenimiento del gomecismo. En dos palabras: lo militar.
La justificación al régimen será supuestamente sociológica o histórica. Lo importante era lograr la paz, acabar con las guerras civiles, asegurada ésta se avanzaría hacia el progreso. Como escribiera Vallenilla en Cesarismo Democrático (1961, pp. 145-147): por una "evolución necesaria"... debía llegarse ... "al reconocimiento de un Jefe Supremo como representante y defensor de la unidad Nacional." Continua señalando: " ' ¡ General usted es la Patria !' le dijeron a Páez los separatistas en 1830." Para comienzos del siglo XX venezolano será: ¡Gómez Único!
En la literatura oficiosa del gomecismo sobre el sector militar destaca un libro lujosamente editado en Caracas por la Lit y Tip Del Comercio en 1917. Su autor es Victorino Márquez Bustillos. Su título: La Reforma Militar Venezolana. Márquez Bustillos había presentado ante el Congreso dos Memorias de Guerra y Marina, la de 1913 y 1914. En la primera de éstas ( p. 9 ) ya afirmaba que desde 1911 se venía desarrollando una importante reforma militar en Venezuela.
En 1915, la Memoria de Guerra y Marina que presenta el viejo General M. V. Castro Z., como responsable de ese despacho, informa como el Congreso de Plenipotenciarios había investido al General Juan Vicente Gómez como Comandante en Jefe del Ejército y a V. Márquez Bustillos como Presidente provisional de la República. Es esa peculiar fusión civil-militar, político-militar, que caracteriza paradójica y secularmente la evolución castrense e histórica venezolana. Esta parece pasar desapercibida y bien puede ser mal interpretada por los analistas de la evolución militar venezolana. Procuraremos comentarla acertadamente.
Tenemos un civil en la cartera de Guerra y Marina durante un proceso de avance modernizador para el Ejército. En este caso el término Ejército se refiere a la fuerza militar terrestre. La marina de guerra, o la Armada como gustan en llamarla los hombres de uniforme, no había avanzado técnicamente, en términos comparables con el Ejército, desde el impulso dado a ésta durante los primeros años del gobierno de Cipriano Castro. Este aspecto amerita una breve referencia con data extraída de las Memorias de Guerra y Marina 1910-1918, como la que ofrecemos a renglón seguido.
Se crean sí instituciones educativas marineras, algunas de las cuales tendrán una vida efímera, para reaparecer con distintos nombres, como la Escuela Náutica para la formación de Oficiales de la marina de guerra, futura Escuela Naval; la Escuela de Ingenieros de la Armada; Escuela de Cabos, Cañoneros y Timonéeles. Sobre la evolución histórica de la Escuela Naval de Venezuela, desde sus orígenes como Escuela Náutica, en 1810-1812 hasta 1992-1996, se cuenta con el valioso aporte de Francisco Alejandro Vargas y su Escuela Naval De Venezuela, Historia Crítica y Razonada (Imprenta Naval, 1998). Remitimos a este texto de 346 páginas para los detalles sobre la evolución del Alma Mater de las instituciones educativas marineras en Venezuela.
Continua con su eficiente funcionamiento el dique-astillero nacional de Puerto Cabello, inaugurado durante el gobierno de Cipriano Castro. Cambian algunos nombres de los bajeles de la escuadra como el bergantín "Restauración" pasa a ser "Antonio Díaz", el "Restaurador" será conocido oficialmente como el crucero "General Salom". Otras unidades navales siguen manteniendo sus antiguos nombres, aunque no por muchos años, como el transporte "Zamora", el meritorio cañonero "Miranda" y los pequeños vapores "Margarita" y "5 de Julio".
Como adquisición para la Armada, tenemos al añejo crucero "Isla de Cuba", presa estadounidense, originalmente de la marina española del Pacífico, producto de la Guerra de 1898. Este crucero (Memoria de 1915) de 1.125 toneladas, con un andar máximo de 13 nudos, un calado de 12.5 pies, una eslora de 192 pies y una manga de 30 pies, contaba con dos cañones de 100 mm [Sic], es decir, 10 cm, 2 de 57 mm, 6 de 47 mm y 2 de 37 mm. Estaba equipado con un sistema de telegrafía sin hilos Marconi y podía transportar, 300 hombres de tropa. Será bautizado venezolanamente como el crucero "Mariscal Sucre".
El gusto por cambiar los nombres de los bajeles de la escuadra se mantiene durante los años iniciales del gobierno gomecista. El venerable remolcador artillado "Zumbador" es rebautizado como "José Félix Ribas" y el vaporcito "Julia" será rebautizado como "Salias". Examinando las Memorias de Guerra y Marina, resultan evidente tres cosas: La primera, es que se buscaba remover todo nombre de la escuadra que recordara al gobierno de don Cipriano. La segunda, es que se mantiene a la marina de guerra en el mismo nivel técnico real que se tenía durante la primera década del siglo XX. La última, se insiste como misión militar fundamental de la escuadra: el ser transporte de tropas.
Sobre la marina de guerra (si se prefiere, Armada) dice el folleto referido supra de V. Márquez Bustillos (p. 55): "Nuestro país no está al presente en el caso de tener que sostener escuadras poderosas"... En la mejor tradición venezolana del siglo XIX, continúa señalando:... "sólo es necesario (...) un número de unidades navales que sea suficiente para ejercer el control de nuestras costas y ríos navegables,"... En un acto de sinceridad, que sorprende al analista imparcial, continua diciendo que ello obedece al objeto de impedir ... "el desembarco de expediciones rebeldes y, por el contrario, facilitando y protegiendo los movimientos de las tropas regulares"...
Combatir el contrabando era otra de las misiones de la escuadra nacional. Como dicen los juristas, a confesión de partes relevo de pruebas. La evidencia histórica se aprecia como definitiva. La marina de guerra no había avanzado en el proceso de modernización militar en términos comparables a los de sus hermanos de armas del Ejército.
La Escuela Militar tenía ya para 1917, inclusive, cerca de 90 Oficiales como egresados en seis promociones. Entre ellos, en 1914 y ocupando el número 17 en el "orden de mérito" de un total de 21 Alféreces, el futuro General y Presidente Isaías Medina Angarita. Esta data proviene de un interesante y modestamente presentado librito, sin más identificación que el de haber sido editado por la Escuela Militar de Venezuela, en Caracas, para el año 1963, y que lleva por título: Nominas De Las Promociones 1911-1962.
Lo que buscamos destacar es que esta educación sí era ciertamente modernizante dentro de la realidad militar venezolana. No por novedoso. Lo que impresiona es el número de egresados en tan corto tiempo. Se demuestra así, el deseo por incorporar rápidamente oficialidad con estudios militares en el Ejército Nacional.
La oficialidad sin estudios sistemáticos previos en las ciencias y artes militares podían adquirirlos en la efímera Escuela de Aplicación, creada en 1911 y donde cursaron y aprobaron estudios, para 1912, en Topografía y Fortificación, Táctica Aplicada y Servicio de Campaña, Balística, Geografía e Historia de Venezuela y Justicia Militar, Gramática Castellana y Aritmética: 9 Capitanes, 10 Tenientes y 15 Alféreces (imaginamos que equivalente para la época al grado militar de Subteniente). Estos datos tomados de las Memorias de 1912 y 1913, se pueden complementar con la información y comentarios del Teniente Mario Martínez Polanco (1943). Como también resulta útil, sobre este tema, la obra del General Martín García Villasmil (1964).
Nos refiere Martínez Polanco, como en el cuarto curso de la Escuela de Aplicación se incorporaron a ésta 4 Coroneles, 5 Tenientes-Coroneles, 13 Capitanes, 5 Tenientes, 2 Subtenientes y 19 Aspirantes. La idea era dar formación académica básica a los Oficiales ya activos. En el caso de los Aspirantes, si ganaban un concurso pasaban a ser Oficiales. Tal fue el caso de Martínez Polanco, quien en el segundo Concurso para Oficiales logra ascender por méritos al grado de Teniente.
Así, el ejército gomecista formaba cuadros de Oficiales que recibían un barniz académico castrense y se lograba materializar, cuarenta años después de haber sido formulada, la vieja idea expuesta en 1869 (Exposición, p. XLV) por el entonces Ministro de Guerra y Marina Domingo Monagas: "creando una escuela militar práctica [...] poder contar con una fuerza [...], respetable, por su disciplina"... Así, sería un hecho el orden cierto en toda la República. Con la obvia consecuencia de ser... " vanos los intentos de los trastornadores perpetuos de la paz pública"...
Otro texto que presenta ideas de interés sobre el esfuerzo modernizador del cuerpo de Oficiales militares venezolanos, es el escrito de Rafael Paredes Urdaneta (1940). En esta obra encontramos este dato (p. 13) que confirma lo antes dicho: "Escuela de Aplicación para Oficiales, fundada en 1912 [Sic]"... Continua señalando ... "la cual estuvo funcionando el tiempo que fue necesario" ... Logrando que ..."algunos de los antiguos Oficiales alcanzaran aquellos conocimientos de que carecían y hacerlos aptos para recibir el despacho de Escuela."...
Esfuerzos parecidos al de la Escuela de Aplicación se habían implementado para finales del siglo XIX, durante el gobierno de Andueza Palacio, pero la existencia institucional de ésta había sido aun de más corta duración que la de los inicios del gomecismo y sus resultados prácticos muy distintos. Los proyectos auténticamente militares que impedían los caudillos venezolanos, se materializarán al desaparecer la influencia predominante de éstos, en el naciente siglo XX
Oficiales militares son enviados a seguir estudios en Colombia y Perú. Este es otro aspecto que ilustra los esfuerzos modernizantes dentro del Ejército, durante la fase de consolidación política del gomecismo. Los estudios de Oficiales militares en el exterior como una práctica constante, se inicia con el gomecismo.
Los primeros egresados de un curso de Estado Mayor en una Escuela Superior de Guerra que hemos logrado identificar en las Memorias de Guerra y Marina del siglo XX (1912-1913), fueron el Coronel del arma de artillería Arturo Santana y el Teniente-Coronel de igual arma Carlos Sánchez, así como los Tenientes-Coroneles de infantería David López Henríquez y José Becerra. Estos oficiales aprueban el Curso de Estado Mayor en Bogotá, Colombia. El Coronel José Becerra será director, con ese grado militar, de la Escuela Militar, durante los años de 1916-1917 y 1929-1934.
Volviendo sobre el folleto de Márquez Bustillos, referido supra. Quien haya estudiado las genéricamente llamadas Memorias de Guerra y Marina, desde el Septenio Guzmancista (1870's) hasta finales del siglo XIX, encontrará una conocida y repetida idea al leer el aludido folleto: Ahora sí Venezuela cuenta con una moderna estructura militar, ciertamente adecuada a sus necesidades.
La gran diferencia entre el contenido del texto de 1917 en relación con los anteriores, más allá de la presentación formal del discurso escrito y los abundantes fotograbados, era que por primera vez, desde el colapso institucional de 1846-1849, en Venezuela, el Ejército Nacional era una operante realidad. No era un ejército de papel y tinta que no trascendía fuera de las páginas de las Exposiciones ministeriales ante los distintos Congresos de la República. Pero lo que calla el folleto del civil ex-Ministro de Guerra y Marina y futuro "presidente de la república" (así, con minúsculas y entre comillas) aunque si lo sugiere, entre líneas, y emerge en el análisis hermenéutico- histórico del texto, era que Venezuela sería lo que su Ejército Nacional decidiera.
Para 1918, otro civil, Carlos Jiménez Rebolledo será el Ministro de Guerra y Marina quien sustituya en ese cargo al General M. V. Castro Zavala. Este civil, doctor en ciencias políticas de la Universidad de Caracas, antiguo Capitán de montoneras bajo las órdenes de Cipriano Castro en 1886, burócrata al servicio del gomecismo en provincia desde 1909 hasta 1915, director de guerra en el despacho ministerial de guerra y marina desde 1915, será el ministro con mayor permanencia a la cabeza de un despacho en la historia republicana de Venezuela: 22 años, desde 1917 hasta 1929.
Un civil será el longevo Ministro del Guerra y Marina de un régimen gomecista ya consolidado. Situación ésta que en ningún momento evidencia el predominio del Control Civil sobre el sector militar. Ilustra sí, sobre la forma en que operaba la simbiosis militar-civil de inicios del siglo XX en Venezuela.
En páginas anteriores se señaló como, según Irwin G (1985) y Lynch (1992), si bien el caudillismo desaparece, deja como herencia histórica el personalismo. Tanto la élite civil como la oficialidad militar, mayoritariamente, se subordinan ante el hacendado-comerciante (civil) y el General de guerras civiles (militar) Juan Vicente Gómez. Como el águila bicéfala de un escudo de armas, Juan Vicente sintetizaba en su aparentemente tosca y simple persona las cualidades del "civil" y del "militar". En síntesis, la mejor expresión simbólica de esa simbiosis militar-civil. Es él quien supervisa el proceso de modernización inicial en el Ejército y puede, empleando al Ejército convertirse en el gendarme de la paz, el dictador de orden y progreso, aún cuando éste fuese sólo el de la oligarquía.
El instrumento de la paz, paradójicamente, el Ejército Nacional, se puede convertir en tal, no sólo gracias a los armamentos relativamente modernos y a la mejor infraestructura de comunicación, que aumentaba substancialmente el poder de fuego y reducía el aislamiento provincial. En el proceso de organización como el auténtico gendarme del orden político de la República, el Ejército debía superar añejos vicios internos. Una actuante y eficiente, por primera vez en la historia militar venezolana efectivamente operante, Inspectoría General del Ejército y de la Marina de Guerra (Armada, prefieren llamarla, insistimos, los militares venezolanos), así como, la educación militar fueron los vehículos iniciales en el proceso autorregenerador castrense.
Durante la fase de consolidación del poder gomecista, destacan como oficiales que tuvieron responsabilidades en el proceso modernizante, entre otros: el General M. V. Castro Zavala como Ministro de Guerra y Marina, el militar chileno contratado por el gobierno venezolano Coronel Samuel Mc Gill, el General Francisco Linares Alcántara, hijo, y los General Félix Galavís y Julio Sarría. También el Coronel Arturo Santana, y los Tenientes-Coroneles Carlos Sánchez y José Becerra (los graduados de Estado Mayor en Colombia), que junto con Mc Gill, son los Oficiales de mayor graduación en la Oficina Técnica adscrita a la Inspectoría General del Ejército.
Los civiles que participan en la administración del proyecto modernizante militar son los ya señalados Jiménez Rebolledo y Márquez Bustillos. El Coronel y luego General José Vicente Gómez, como Inspector General del Ejército, es un buen reflejo que no todo era tecnicismo militar y reorganización burocrática, el personalismo gomecista no deja de estar presente con su sello familiar en las reformas militares.
Las efectivas revistas de comisario, el procurar con éxito evitar las raterías y corruptelas tradicionales en los cuerpos militares venezolanos, eran ya un signo de avance organizativo. Se logró que esos "soldados fantasmas" característicos de los ejércitos particulares de los caudillos del siglo XIX, se quedaran en ese siglo junto con el negocio de las guerras civiles. La justicia y tribunales militares, mejoraron substancialmente. El sistema de reclutamiento y reemplazo de la tropa, superó añejos procedimientos e incrementó su eficiencia.
En pocas palabras, con el gomecismo se inicia una más racional organización burocrática militar. En esta remozada organización, un Ministro de Guerra y Marina civil era el oficinista jefe. Hombre fiel personalmente a su Jefe Supremo, el dictador de Venezuela. Jiménez Rebolledo era un mero administrador que no fungía como vocero, o vínculo de enlace entre el sector militar y la realidad política venezolana.
Para el sector civil esta situación no era del todo novedosa. Desde los tiempos de la primera presidencia de José Antonio Páez los propietarios civiles buscaban apoyar un guerrero de prestigio que asegurara, supuestamente, la paz y el orden que interesaba al núcleo propietario. Pero lo novedoso era que en el pasado la Secretaría o Ministerio de Guerra y Marina había estado en manos de un experimentado y respetado Oficial militar.
Como reportara Irwin G (1990 y 1996), para 1831 se establece el carácter civil de la Secretaría de Guerra y Marina, señalándose que quienes en ella laboraban eran considerados como separados del servicio militar activo. Luego de la Revolución de las Reformas, en septiembre de 1836, se legisla para que sean militares los jefes de las "secciones" de la Secretaría de Guerra y Marina. Pero el Secretario siempre será durante estos años un muy prestigioso y demostradamente capaz Oficial militar, aunque separado del servicio activo: Soublette, Hernaiz, Urdaneta.
El colapso institucional republicano de la década de 1840, arrastra en su caída a la naciente organización militar venezolana. Durante los gobiernos de los hermanos Monagas (1847-1858) los caudillos y sus ejércitos privados son definitivamente los principales actores políticos en Venezuela.
La estructura castrense heredada del Gobierno Deliberativo (1830-1846) en apariencia se mantiene después de 1847: Secretaría de Guerra y Marina, Academia Militar y Escuelas Náuticas, tropas de línea, milicias, fortalezas y marina de guerra, o Armada, etc. Pero el poder se concentra autoritaria y personalistamente en José Tadeo. El sector civil y civilista no dirige políticamente la sociedad, son los guerreros-políticos quienes lo hacen. Si un civil pretende asumir funciones de dirigencia política cierta, tendrá que organizar su hueste armada personal, autoproclamarse "coronel" o "general" y recurrir a la violencia guerrera personalista.
La constante política en Venezuela desde 1846 hasta 1903 será la guerra civil, guerra de caudillos, de ejércitos particulares. Los civiles y civilistas no contaban políticamente. Los militares-militares eran una minúscula minoría que sobrevivían, en la más aparente que real estructura castrense, ante la zozobra recurrente de las guerras personalistas. Los militares pretorianos tenían que apostar al ganador de las guerras civiles para subsistir, como los Oficiales de orientación profesional, pero a diferencia de éstos su recurrente frustración era el inexistente poder político cierto por parte del sector militar.
Los doctores, licenciados y civiles fueron secularmente los plumíferos, los oficinistas, los administradores, los publicistas, los juristas acomodaticios, de todos los gobiernos desde el colapso de la institucionalidad republicana. Es en este sentido, que los partidarios y colaboradores civiles del gomecismo, se inscriben dentro de la tradición de servilismo administrativo civil heredada de la Venezuela de los caudillos del siglo XIX.
Lo ciertamente novedoso en las funciones del doctor Jiménez Rebolledo, como Ministro de Guerra y Marina, era que se desempeñaba como el administrador de un ya efectivo, operante y cierto Ejército Nacional. Lo novedoso era que los llamados partidos históricos (Conservadores y Liberales) se habían evaporado hasta de nombre. Lo novedoso era la existencia de una realidad política dictatorial mas no caudillesca.
Era Juan Vicente Gómez quien retenía todo el poder político. Su instrumento era la estructura militar, el sector político civil como tal no existía, los civiles que sirven a la dictadura como administradores y juristas carecen de poder político. ¡Gómez Único! Era algo más que una expresión laudatoria era la triste realidad de una Venezuela que no encontró otra fórmula política para salir de la anarquía. En síntesis, la simbiosis militar-civil era una expresión remozada de la secular simbiosis entre civiles y caudillos. Civiles plumíferos, es decir, escribanos bachilleres, licenciados y doctores, que se abrazaban al poder político, sea quien sea quien lo detente, como un medio para asegurar una subsistencia derivada (directa o indirectamente) de las dádivas del gobierno. La materialización del servilismo en procura de la subsistencia. Otros civiles sacrificaban la civilidad, la institucionalidad republicana, buscando la paz como primer paso en un proceso gradual hacia la auténtica República. También en no pocos casos se fusionan ambos procederes. La otra alternativa era aislarse, dedicarse al cultivo del intelecto por el intelecto mismo. El ejercicio libre de la profesión, la única libertad que no encerraba peligros físicos ante el poder de la dictadura.