VENEZUELA, O DE CÓMO EL POPULISMO Y EL MILITARISMO SE ECHAN A PIQUE EL UNO AL OTRO
Por Ciro Alegría V.
Un país que exporta un producto primario tradicional, una burguesía estancada en posiciones mercantilistas y oligárquicas, una sociedad llena de exclusiones y marginalidad, un caudillo populista que vuelve ingobernable el país y lo arruina al intentar distribuir de otro modo la riqueza y las oportunidades, un golpe militar preparado y ejecutado por los grandes propietarios y los sectores más conservadores de las fuerzas armadas ¿qué pesadilla es ésta que se repite como si el tiempo no pasara, no es la misma de todo el siglo XX en toda América Latina? No, esta vez la pesadilla continúa, trae nuevos capítulos y con ellos, la extraña esperanza que siempre queda mientras dura el peligro, es decir, mientras hay todavía algo que ganar y algo que perder.
El golpe militar fracasó porque el viejo recurso al restablecimiento del "orden" o el "principio de autoridad" ya no convence a nadie. Ya no hay quien pueda gobernar un solo día sin una propuesta de justicia social y democratización del Estado, porque está bien claro que actualmente, en América Latina, las expectativas y los comportamientos sólo se estabilizan si se organiza y controla un proceso pacífico y razonable de cambio social. Fundar la autoridad política exclusivamente en la defensa escrupulosa de un "orden jurídico" es un espejismo de las clases políticas anquilosadas y fracasadas. Pero en muchas facultades de derecho se enseña a los jóvenes a contemplarlo como si fuera una visión celestial. El formalismo jurídico es la ideología de una burguesía que no ha llegado a ser tal porque no cifra su esfuerzo en la creación de capital y en la ética del trabajo, sino sólo en escalar posiciones para alcanzar prebendas, puestos rentados. En otras épocas, la defensa del orden bastaba para dar golpes militares; en la primera mitad del siglo XX, porque casi no había espacios públicos que racionalizaran el cambio, y en la segunda, porque los nacientes espacios estaban amenazados por la subversión comunista. El militarismo de viejo cuño, ligado a la idea de "orden" y a los sectores mercantilistas, hace rato que no tiene juego en América Latina. Sin embargo, la reducción de la seguridad a la defensa está reapareciendo en Estados Unidos y Europa.1 Quienes dieron el golpe a Chávez confiaron probablemente en algunas señales de que esta nueva irritabilidad de las grandes potencias, acelerada a partir del 11 de noviembre, les proporcionaría apoyo internacional. Pero América Latina tiene ya una agenda propia, centrada en la gobernabilidad democrática. El poder real y el acierto de esta agenda se ha notado en la inmediata condena del golpe por parte del Grupo de Río y su efecto devastador sobre el efímero gobierno golpista, pese al titubeo de los Estados Unidos. ¿Fue este titubeo un rezago de la vieja ambivalencia de la política norteamericana hacia América Latina? Y todavía peor, ¿no habrá sido el anuncio de una nueva ambivalencia? El reestreno de la vieja pesadilla trae una sorpresa: el final ya no es el mismo, la serie trae esta vez nuevos capítulos y nadie sabe en qué terminará.
El viejo militarismo que quiso tumbar a Chávez está muerto y bien muerto. Chávez, en cambio, ha vuelto, pero es apenas un fantasma, una versión triste de sí mismo, ya no desafiante, sino taimado, sin más voluntad propia que el rencor. Claudica públicamente a su singular manera de tomar la iniciativa política cuando llama a un acuerdo nacional para poder gobernar, y al mismo tiempo prepara tribunales militares para los golpistas y atenaza a los medios de comunicación como antes no lo logró. Está en una situación interina, semejante a la de Napoleon cuando regresó del cautiverio en Elba, sólo que el final del poder de Chávez probablemente no va a ser rápido, violento y trágico como el de Napoleon en Waterloo, sino lento, claudicante y cómico. El militarismo de izquierda sigue respirando, pero ya no es lo que era. Es capaz de dar coletazos, de todos modos, como que ha arriesgado una guerra civil, una división de las fuerzas armadas, lo que no sucedía en América Latina desde hace casi un siglo. Pero ya no es el mismo que se estrenó en el Perú con el "Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada" y su calamitosa reforma agraria, no es más aquel que inspiró las posiciones reformistas de los militares ecuatorianos y estuvo detrás de la marcha de los coroneles junto a los indígenas en el golpe que derrocó a Mahuad. Ya no es ni siquiera ese movimiento electoral personalista que levantó a Chávez en Venezuela. Para su tristeza, ha sido reinstalado por dos fuerzas contrarias a su origen. Internamente, por un público desencantado, temeroso de que la polarización se agrave, que ya no cree en bravuconadas de derecha ni de izquierda. Externamente, por obra y gracia de la política democrática interamericana.
Al menos dos nuevos episodios han aparecido al final de nuestra acostumbrada pesadilla latinoamericana y la han convertido en un acontecer interesante. Por un lado, está visto que las expectativas de oportunidades y justicia generadas por las nuevas oleadas de democratización pueden desbordar a los sistemas políticos y provocar recaídas en caudillismos y políticas de odio, y hasta en militarización de los conflictos políticos. Con fuerzas armadas politizadas y divididas, Venezuela muestra cuánto daño y violencia puede hacerse un país a sí mismo. Esta conflictividad no surge ya más de la guerra fría, sino del mismo proceso de modernización social, globalización y democratización. Por otro lado, está claro que los más valiosos recursos de América Latina para regular las expectativas son los acuerdos nacionales de gobernabilidad, los procesos graduales y sostenidos de superación de la pobreza y los acuerdos interamericanos de seguridad democrática. La prolongada crisis venezolana es un ejemplo de los riesgos que corren actualmente los países de América Latina, riesgos ocasionados por la inserción en mercados y redes mundiales y por la democratización misma. En esta marcha, incluso los malos pasos, incluso Chávez, son asuntos nuestros que debemos sobrellevar con dignidad, aprendiendo a andar en el camino. Entre tanto, creo que podemos alegrarnos de algo: el fallido golpe mató dos pájaros de un tiro, al militarismo de derecha lo ha rematado y al de izquierda lo ha dejado moribundo. No creo que nadie haya tramado todo lo que pasó en Venezuela. Es casi impensable que alguien haya concebido una operación ultrasecreta de inteligencia para inducir el golpe fracasado. Pero si tal persona existe, es el genio de nuestra época, y es de temer.
1. Amplias clases medias estancadas, desempleo estable o creciente, forman nuevas masas de supuestos beneficiarios del sistema que en verdad se han convertido en aburridos rentistas, dedicados a hacer alcanzar el dinero para esta o la otra mediana ilusión. Muchos menosprecian el uso público de la razón, no creen más en el potencial de su sociedad para transformarse a sí misma democráticamente y buscan en los medios de comunicación solamente estímulos emocionales para pasar el rato. Muchos se sienten víctimas de la competencia de China en el mercado internacional y de los inmigrantes en el mercado de trabajo. Cuando a eso se suman los atentados del 11 de setiembre, el sentimiento de inseguridad se dispara. La altísima votación obtenida por el xenófobo Le Pen en las elecciones presidenciales francesas es bastante prueba de que una nueva edición de la agresividad decimonónica ha entrado en escena. Antes, tanto en Europa como en las Américas, los irritables eran los potentados mercantiles, los señores de los negocios de ultramar, junto con sus ejércitos y marinas imperiales y sus burócratas y clientes nacionales. Hoy lo son los sectores marasmáticos del electorado europeo y norteamericano.