LAS FUERZAS ARMADAS MEXICANAS: DESAFÍOS Y ESTRUCTURAS FRENTE A LA DEMOCRACIA

Raul Benítez Manaut*
Abril 2007


A diferencia del resto de las estructuras militares de América Latina, en México existe una peculiar organización militar, herencia de la revolución mexicana (1910-1920), y de la forma en que se dirimieron los conflictos entre las elites triunfantes de dicha revolución.

El régimen revolucionario mexicano tuvo características de excepcionalidad. Se construyó un sólido régimen autoritario, pero desde sus entrañas se fue reduciendo el poder casi absoluto de las Fuerzas Armadas, para cederlo a una elite nueva, compuesta por líderes sindicales y campesinos, una nueva clase media que poco a poco fue controlando el aparato administrativo del Estado. Los militares quedaron como un componente del Estado y del sistema político, ya no como en el pasado, cuando habían sido el eje articulador del mismo.

Durante la década de los años 20, entre el 40 y el 60 por ciento del presupuesto nacional se dedicaba al mantenimiento de los ejércitos revolucionarios. Para superar el caudillismo, en 1929 los líderes del norte diseñaron la obra maestra de la revolución: el Partido Nacional Revolucionario, que se convertiría en Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 1946. Los generales de la revolución gobernaron hasta 1946. En ese año, en parte por efecto del fin de la Segunda Guerra, pero principalmente por considerar al país institucionalmente consolidado, se transfirió el poder a un civil, y se inició una nueva era de relaciones civiles-militares. El país fue gobernado por el PRI durante setenta y un años (hasta el 2000), de los cuales estuvieron en el poder, de forma directa, cuatro militares, y once civiles.

En términos del posicionamiento de las Fuerzas Armadas en el aparato del Estado mexicano, no existe un ministerio de la defensa tal como se define en un sistema democrático de gobierno. El Secretario de Defensa Nacional (general de cuatro estrellas en activo), es a su vez el Comandante en Jefe del Ejército y Fuerza Aérea. En otras palabras, es un Ministro de Estado y a la vez el comandante militar más importante del país. La Ley Orgánica del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos establece que el Secretario de Defensa debe ser un general de división en actividad. En el caso de la Armada, la Secretaría de Marina (SEMAR) es a su vez una Secretaría de Estado y la Comandancia General de la Armada. El Secretario de Marina es el comandante de máxima jerarquía, de cuatro estrellas, en la Armada. A diferencia del caso de SEDENA, no se requiere que sea un almirante en activo; sin embargo, la tradición político- militar lleva a que así lo sea. En otras palabras, el Presidente podría nombrar un Secretario de Marina sin cambiar la Ley Orgánica de la Armada.

Al haber dos Secretarías de Estado militares, y a su vez, dos comandancias militares, en la práctica existen dos fuerzas armadas con autonomía casi total entre ambas. Ella se refuerza con el hecho de que en el país no existe un Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas. Es decir que lo destacado de la estructura militar mexicana es aquello que no existe: un ministerio civil de las Fuerzas Armadas, y un Estado Mayor Conjunto.

El caso de la Fuerza Aérea es un paradigma. Es la rama más reciente y se encuentra bajo el paraguas de la SEDENA. Sin embargo, existe un Comandante de la Fuerza Aérea mexicana y tiene su propio Estado Mayor (el Estado Mayor de la Fuerza Aérea). Sin embargo, el Comandante y el Estado Mayor están subordinados al Secretario de Defensa, y dependen de él. Por ello, la Fuerza Aérea no tiene independencia, y su doctrina de guerra se subordina a la del Ejército de Tierra, en armonía con la doctrina de defensa, que señala que México no tiene enemigos externos militares, por lo que no se necesitaría una fuerza aérea autónoma-disuasiva.

Las Fuerzas Armadas tienen en el Ejército su epicentro. La Naval y Aérea tienen orígenes diferentes, pero su configuración en igualdad de circunstancias frente al Ejército de Tierra es uno de los problemas pendientes de modernización. Sin embargo, difícilmente se produzca una reforma integral de las Fuerzas Armadas, debido a que el tema militar no es una prioridad en la agenda política de México. El bajo peso específico de los militares en el aparato político (a pesar de que realizan importantes misiones en apoyo de gran cantidad de secretarías de Estado), es razón de ello. En este sentido, las Fuerzas Armadas mexicanas (comparadas con el resto de las latinoamericanas), se consideran un paradigma singular, pues no obstante mantener una estructura diseñada desde la posición de una revolución popular triunfante hace casi cien años, y haber sido reorganizadas bajo un sistema autoritario, se consideran despolitizadas y profesionales. Por ello, desde los años de la Revolución, ningún intento de asonada militar en México ha tenido éxito, y no hay ninguna fuerza política o social que cuestione la doctrina, estructura y modus operandi de las Fuerzas Armadas.

El Ejército mexicano es sin duda el que más efectivos posee dentro de la estructura de las Fuerzas. Sus misiones principales son (además de la principal misión constitucional de defender al país ante un agresor extranjero): respaldar a los cuerpos de seguridad pública del país (principalmente a la Secretaría de Seguridad Pública, al destinar actualmente casi 14.000 efectivos de las Fuerzas Federales de Apoyo a la Policía Federal Preventiva); colaborar con la Procuraduría General de la República en el combate al narcotráfico (principalmente con erradicación de cultivos de psicotrópicos e intercepción de tráfico de cocaína y otras drogas); misiones de protección de la población civil ante desastres naturales (principalmente inundaciones y huracanes en las zonas costeras, pero asimismo ante sismos); protección del medio ambiente (por ejemplo, campañas de reforestación); colaborar con la Secretaría de Salud en la vacunación preventiva en regiones marginadas y de alta pobreza; enfrentar movimientos políticos de protesta cuando éstos rebasan a los cuerpos de seguridad pública (a petición del Presidente); y otras más. En lo internacional, las actividades del Ejército y la Fuerza Aérea son muy modestas. Principalmente se ofrece cooperación binacional -aunque no en el marco de los organismos internacionales- cuando desastres naturales asolan a otros países, principalmente en la Cuenca del Caribe y Centroamérica. Fue notable, por su simbolismo, la presencia de tropas mexicanas en Estados Unidos ante la destrucción de la ciudad de Nueva Orleáns tras el paso del huracán Katrina, en septiembre de 2005.

En el caso de la Armada, durante todo el siglo XIX estuvo integrada al Ejército en el Ministerio de Guerra y Marina. En la Revolución mexicana, fue nuevamente casi desmantelada e inhabilitada; comenzó su reestructuración en el período posrevolucionario, hasta que en 1940 se consideró que tenía capacidad para tener estructuras independientes del Ejército (dentro de la coyuntura de la Segunda Guerra).

A diferencia del Ejército, la Armada tiene una proyección mayor hacia el exterior y participa marginalmente en misiones de seguridad interna. Sin embargo, también responde a un amplio rango de misiones de apoyo a otras Secretarías de Estado. Por ejemplo (debido a la ausencia de estructuras policíacas costeras por parte de la Procuraduría General de la República), la Armada realiza la labor de vigilancia costera. Igualmente participa en la guerra contra el narcotráfico en las costas, y cumple con muchas misiones de protección ambiental en ellas, también debido a que la Secretaría de Medio Ambiente no cuenta con recursos para ello. En lo internacional, la Armada ha expresado en años recientes que podría participar en operaciones de paz, dependiendo de que el Presidente lo considerara positivo. Igualmente, ha participado en misiones de rescate de población ante desastres, por ejemplo, ante el Tsunami en Indonesia, en diciembre de 2004. Es frecuente la colaboración naval con Guatemala, Belice y Estados Unidos en términos de vigilancia costera, y se ha mostrado también más dispuesta a colaborar con el Comando Norte de Estados Unidos.

Otro de los componentes de las Fuerzas Armadas mexicanas es su relación con el resto de las estructuras del Estado (Poder Judicial, Legislativo, gobiernos estatales y municipales), y con estructuras autónomas del Estado, como el Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI) y el Instituto Federal Electoral (IFE). De igual forma, la relación con sectores civiles no estatales es de reciente data, y se debe tener presente la gradual apertura hacía la sociedad civil.

En relación con el Poder Judicial, las Fuerzas Armadas tienen sus propios tribunales y los jueces son nombrados por el Secretario de Defensa Nacional. Esto ha sido muy criticado por numerosos juristas y organismos no gubernamentales, pues es visto como muestra de autonomía e incluso impunidad, por impedirse el acceso a la justicia cuando hay militares involucrados. Igualmente, hacia los propios militares, las injusticias se desprenden de las grandes diferencias que existen entre la legislación civil y la militar, y de las dificultades para aplicar, por ejemplo, el juicio de amparo o garantizar una defensa para tener un debido proceso.

En relación con el Poder Legislativo, recién en el anterior período de gobierno del Presidente Vicente Fox los secretarios de Estado militares acudieron a las Cámaras de Diputados y Senadores a tener audiencias con los legisladores. En el pasado era inexistente la comunicación. Existen comisiones de defensa y marina, cuyos miembros respondieron sin cuestionamientos a los jefes de las comisiones durante el periodo de gobierno del PRI; sus presidentes o secretarios han sido militares retirados o comisionados. Por ello, las leyes militares nunca fueron cuestionadas. En la actualidad se observa un progreso lento en la sensibilización mutua, acerca de la necesidad de tener mejores y más frecuentes vínculos entre las Fuerzas Armadas y el Legislativo.

En lo que se refiere a gobiernos estatales y municipales, se tiene relación de respeto entre autoridades y Fuerzas. Sin embargo, en estados y municipios con guarniciones militares o con alta presencia militar (por ejemplo, en retenes en las autopistas para implementar la Ley de Armas de Fuego y Explosivos, o en colaboración para la guerra al narcotráfico), los militares gozan de facto de autonomía, y difícilmente podrían ser juzgados en tribunales civiles si llegaran a tener algún incidente. En otras palabras, gozan de recursos materiales y humanos muy superiores, muchas veces, a los de las autoridades locales.

Respecto de la sociedad civil y las nuevas estructuras del Estado mexicano (como el IFAI), los militares han sido receptivos a las demandas de acceso a la información, pero al mismo tiempo, la gran mayoría de la información es considerada reservada, de seguridad nacional. Las dos secretarias de Estado militares fueron las últimas en abrir al público sus páginas web, después de que el resto del aparato del gobierno federal mexicano lo hiciera. Los militares mexicanos se han negado a redactar un libro blanco de la defensa, o dos libros sectoriales, y los foros de discusión con sectores civiles sobre las políticas de defensa no existen, a diferencia de lo observado en casi todos los países latinoamericanos. Los informes rendidos por los secretarios de Estado al Presidente y al Congreso, documentos públicos por naturaleza, fueron considerados secreto de Estado hasta hace dos o tres años. Este secretismo es mucho más pronunciado cuando se pretende conocer el sistema de armamento del país, o los detalles del uso del presupuesto.

En relación con el vínculo militares-IFE, hasta hoy en día, el IFE consigna a las Fuerzas Armadas la protección de los materiales electorales, para ser trasladados a los sitios de votación de todo el país cuando se realizan elecciones federales. De igual manera, realizan la vigilancia de los centros de votación y las instalaciones de resguardo de votos. Ello es un síntoma de confianza hacia la institución militar, principalmente por parte de los partidos políticos.

Las Fuerzas Armadas mexicanas, consideradas en comparación con otras similares en América Latina u otras regiones del mundo, siguen sosteniendo un elevado nacionalismo en su doctrina y en su actuar. Ello es un impedimento para tener una presencia más activa en el sistema de seguridad internacional. La opinión política y pública en México está dividida al respecto, así como en lo referido a la colaboración militar con Estados Unidos, con otros países de América Latina, o ante organismos internacionales.

A mediados de 2006, la elección presidencial (ganada por Felipe Calderón Hinojosa, candidato del Partido Acción Nacional -PAN), mostró muchas debilidades del proceso de transición a la democracia en México. Al mismo tiempo, la violencia común y aquella provocada por el crimen organizado, se elevaron a niveles no vistos con anterioridad. De igual manera, el ascenso de la violencia provocada por el narcotráfico golpeó a numerosos miembros de las Fuerzas Armadas y cuerpos de seguridad. En este marco, Calderón comenzó a hablar de una nueva estrategia contra el narcotráfico (incluso antes de ascender a la Presidencia), mediante el empleo masivo de las Fuerzas Armadas, y solicitó a Estados Unidos ayuda de emergencia. En el transcurso de 2007, se negoció entre los dos gobiernos la llamada Iniciativa Mérida, paquete de 1.4 billones de dólares para ser implementado en tres años. Esta ayuda se concentra en parte importante hacia las Fuerzas Armadas.

El empleo intensivo de las Fuerzas Armadas en la guerra al narcotráfico ha tenido numerosas consecuencias. Entre ellas, se han incrementado las quejas presentadas contra miembros del Ejército ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos: 144 en 2004; 194 en 2005; 200 en 2006; 384 en 2007; y 242 entre enero y abril de 2008. Esto lleva a una ecuación ineludible: el sobre-uso de las Fuerzas Armadas en la guerra al crimen organizado, per se, implica posibles violaciones a los derechos humanos, debido al bajo nivel educativo de los militares de baja graduación, y a un entrenamiento muy débil en esa materia. Con la llegada de la asistencia de Estados Unidos, este tema será uno de los más importantes en las discusiones sobre el empleo de las Fuerzas Armadas, el uso de equipo extranjero, y la supervisión del mismo por el gobierno de Estados Unidos y de la sociedad civil, que exige transparencia. Dado que se trata de una guerra de largo plazo, debe llevar a las Fuerzas Armadas a adecuar las estrategias y tácticas empleadas, con el respeto de la población. De lo contrario, habrá numerosos obstáculos en el Congreso mexicano y en el estadounidense, y en la sociedad civil de ambos países.

Existen también tendencias positivas en las Fuerzas desde que ascendió el presidente Calderón. La más sobresaliente es la indicación para que se incremente el ingreso de la mujer a las academias militares, y a puestos directamente vinculados al oficio militar (no sólo en apoyo administrativo, servicios o cuestiones médicas). Mediante ello, los ascensos pueden equipararse a la carrera masculina. Otro elemento importante, vinculado al tema de derechos humanos, es la apertura de oficinas de derechos humanos, a inicios del año 2008, tanto para recibir quejas desde la población, como desde el interior de los Servicios, por abusos de sus superiores. El éxito de estas dos medidas aún está por medirse, debido a lo reciente de dichas reformas.

De hecho, la guerra al narcotráfico convierte y dirige los principales esfuerzos de las Fuerzas Armadas a su combate: necesitan un respaldo presupuestario y político muy importante, tanto del Ejecutivo como del Congreso. Esto puede inhibir la internacionalización de la presencia militar mexicana, y puede llevar a un no deseado proceso de militarización de instancias civiles de inteligencia, seguridad pública, e incluso justicia. De cualquier manera, a pesar de lo señalado en relación con los derechos humanos, las Fuerzas Armadas están entre las instituciones que más confianza generan a la población en las encuestas de opinión.


* Investigador del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la UNAM.
Artículo publicado en la edición 2007 y actualizado para la presente edición