Título: Guerra y manipulación informativa

Fecha: 27/10/2003
Idioma: español

GUERRA Y MANIPULACIÓN INFORMATIVA
Raúl Sohr
Sociólogo y periodista
Director del Instituto de Estudios Estratégicos y Seguridad Internacional,
Universidad La República, Santiago de Chile.
Chile
Para gobiernos y militares la prensa es, en tiempos de guerra, parte del campo de batalla. El desenlace de una guerra depende, entre otros factores, de las percepciones ciudadanas del conflicto. De allí que la cobertura periodística forma parte de la planificación bélica. La relación entre militares y periodistas es a menudo difícil. Por norma profesional los primeros ocultan sus planes e intenciones. Los corresponsales, en tanto, buscan informar al público con el mayor detalle posible
De entrada una advertencia: en tiempos de conflicto una elaborada maquinaria de propaganda opera en contra del lector inadvertido. Cada Estado y cada facción interesada trabaja para defender sus intereses con pocas restricciones éticas. Para los que están dispuestos a morir y matar mentir es un gaje mas del oficio o, si prefiere, un mal necesario Ya lo dijo el estratega chino Sun Tzu cinco siglos antes de nuestra era: "Toda guerra está basada en el engaño...cuando somos capaces de atacar, debemos aparentar no serlo... cuando utilizamos nuestra fuerza, debemos parecer inactivos... ofrece un señuelo para atraer al enemigo. Finge desorden y aplástale" .El general y estratega francés André Beaufre estimaba que la manipulación informativa era un componente natural del quehacer castrense: "Las operaciones han de ser llevadas con la preocupación constante de conseguir un efecto psicológico sobre el enemigo y la población (...)Los combates deben ser útiles para el prestigio. Los fracasos han de ser ocultados o compensados con éxitos más importantes, destacándolos cuidadosamente". Es una filosofía que, en realidad, no difiere de lo que ocurre en la política y la forma en que las empresas manejan las relaciones públicas.
El general Beaufre no está solo en su postura, lo acompaña una legión de destacados políticos y pensadores. Con característica ironía inglesa el Primer Ministro Winston Churchill proclamó antes del último conflicto mundial: "En tiempos de guerra, la verdad es algo tan preciado que debe ser cuidada por un guardaespaldas de mentiras". Estos pensamientos apuntan a una cosa: maquillar la realidad para que presente el rostro favorable que los gobernantes desean. La intención, en estos casos, no es conservar el poder. Más bien pretenden obtener el máximo respaldo público que les otorgue un holgado margen de maniobra política. La fortaleza del liderazgo es un capital decisivo para llevar a buen puerto un conflicto. Un gobierno fuerte en lo militar pero debilitado en lo político puede terminar con una bandera blanca al tope del mástil.
Todas las guerras aportan una rica cantera de ejemplos de manipulación informativa. A veces se trata de crudas tergiversaciones. En muchos casos, sin embargo, se trata de operaciones sutiles. Las autoridades castrenses no faltan a la verdad en el sentido estricto. Simplemente presentan los hechos de tal forma que inducen a los periodistas a sacar conclusiones erradas pero útiles al propósito de una argucia militar. Ya sean operaciones diversionistas o la exaltación de la moral pública.
Hay un caso reciente, ocurrido durante la invasión a Irak, que ilustra de manera aleccionadora la compleja relación entre uniformados y periodistas. Ocurrió el 2 de abril (2003) en el cuartel general de las fuerzas de la coalición anglo-americana en Doha, Qatar. Los periodistas fueron convocados en forma urgente, a las 4:30 de la madrugada, a una conferencia de prensa. Los voceros del Pentágono, con gran regocijo, presentaron cinco minutos de filmaciones realizadas por los propios militares. Las imágenes, en el típico verde de los visores nocturnos, mostraban a los soldados desplazándose y disparando durante el operativo. Se informó que la soldado estadounidense Jessica Lynch fue rescatada en una audaz y riesgosa operación llevada a cabo por comandos.
La joven soldado fue hecha prisionera nueve días antes. Ello ocurrió cuando la unidad se enfrentó con unidades del ejército iraquí. Allí la soldado Lynch habría mostrado su temple. En un artículo titulado "Ella combatió hasta la muerte" el prestigioso periódico Washington Post narró : "Siguió disparando contra los iraquíes incluso después de recibir múltiples heridas a bala" y luego detallaba que fue apuñalada al momento de su captura. Nueve soldados que viajaban con ella murieron en la acción.
En Doha periodistas y militares comentaron las imágenes. En un ambiente de informalidad los uniformados contaron detalles inéditos sobre como la soldado Lynch mató e hirió a varios atacantes hasta que agotó la munición. El hecho de armas fue transmitido a todas las latitudes. Se dieron a conocer pormenores: los comandos asaltaron el hospital que era defendido por un brigada de los fedayin, las temidas y fanáticas -como solía calificárselas- fuerzas paramilitares de Saddam Hussein. En 20 minutos los atacantes se retiraban, sin bajas, con su preciosa carga humana en una camilla.
El reportero John Kampfner de la cadena de televisión estatal británica, la BBC, tenía dudas sobre lo ocurrido. Y para establecer los hechos viajó a Nasariya y obtuvo una versión muy distinta. Los resultados fueron dados a conocer en un documental titulado War Spin, que viene a ser "efecto de guerra", efecto en este caso significa manipulación.
La conversación con los médicos y personal del hospital mostró un cuadro diferente al publicado por la prensa hasta ese momento. El doctor Harith al-Houssona que trató a la soldado Lynch contó: "Yo la examiné y tenía un brazo y una cadera quebrados y el tobillo dislocado...no había ninguna herida de bala ni heridas corto punzantes". A su juicio las contusiones eran producto de un accidente carretero. El personal afirmó que la joven recibió el mejor tratamiento médico posible dadas las circunstancias. Incluso el día anterior al rescate enviaron a Jessica en una ambulancia para entregarla a sus compañeros de armas. Pero la misión fracasó debido a que las tropas estadounidenses abrieron fuego impidiendo todo acercamiento.
Al final del reportaje la conclusión de la BBC fue que la historia presentada por el Pentágono era "uno de los casos mas sorprendentes de administración de las noticias jamás ejecutado". Bryan Whitman, como vocero del Pentágono, rechazó las imputaciones y las calificó de "absolutamente ridículas". Admitió, sin embargo, que en ningún momento los comandos estuvieron bajo fuego enemigo. Eludió pronunciarse sobre el origen de las heridas de la soldado Lynch. Finalmente culpó a la prensa por las exageraciones. Puntualizó que el Pentágono "jamás entregó una versión de los hechos". En rigor solo mostró imágenes en que sólo se vio a soldados norteamericanos.
Es fácil imaginar la secuencia de hechos e intenciones que desató las pasiones especulativas. Por norma los ejércitos se preparan para el peor escenario. Ello explicaría la enorme operación para atacar un hospital desguarnecido. Una vez lanzada la acción se descubre que habría bastado con enviar una ambulancia. Ya es muy tarde. Las cámaras están filmando. Misión cumplida: Jessica Lynch es rescatada sana y salva. Excitados los comandantes transmiten la nueva a sus superiores. El alto mando militar y sus jefes políticos en Washington esperaban un triunfo simbólico que galvanizara a los norteamericanos. Era el momento mas difícil de la invasión. La resistencia iraquí aparecía superior a lo anticipado. Las tormentas de arena desaceleraban el avance de los blindados. Un poco de exageración aquí y un poco allá y la historia comienza a cobrar proporciones épicas.
La historia de la soldado Lynch trae a colación algo que los que hemos cubierto guerras conocemos. Es el mecanismo universal del trascendido. En Doha los periodistas vieron algunas imágenes bien editadas y el resto corrió por cuenta de su imaginación. Los oficiales allí presentes se encargaron, por la vía del consabido off the record, de rellenar los detalles faltantes con especulaciones informadas. El resto era aportado por la ambición de cada corresponsal para despachar la nota mas dramática e impactante.
Así ocurrió en la guerra de las Malvinas en 1982. Los partes oficiales emitidos por el Estado Mayor Conjunto argentino son fieles a lo ocurrido. Hay algunas omisiones pero a grandes rasgos son rigurosos. Pese a ello medios argentinos dieron por hundido al portaaviones Invincible y en todo momento señalaron que el curso de la guerra les era favorable. Las noticias optimistas no estaban en los partes sino que eran filtradas por los militares por la vía de trascendidos. La misma experiencia la viví en Belgrado durante los bombardeos contra la capital yugoslava en 1999. Los voceros del entonces dictador Slobodan Milosevic me contaron que habían derribado 80 aviones aliados. Incluso me ofrecieron, supongo que a cambio de despachar una nota, llevarme a un hospital donde estaban algunos de los pilotos capturados. Mas tarde quedó establecido que en toda la campaña derribaron solo dos aviones.
Cada guerra es diferente. Y ello es palpable en la cobertura periodística. En la Segunda Guerra mundial no hubo mayores discrepancias en el seno de las democracias sobre la necesidad de derrotar al fascismo. Fue un consenso que facilitó la convivencia entre la prensa y los militares. Pero las cosas fueron diferentes en Vietnam donde un número creciente de personas, en Estados Unidos y el resto del mundo, cuestionó el papel de Washington. Allí, en el sudeste asiático, se produjo un cambio radical entre el poder y la prensa en tiempos de guerra. Las autoridades norteamericanas percibieron a los medios de comunicación como uno de los factores decisivos en el desenlace del conflicto. Durante años el Pentágono, conforme a la práctica castrense universal del triunfalismo, proclamó que ganaba el conflicto. El público escuchó una y otra vez que bastaba un pequeño esfuerzo adicional y el vietcong terminaría reculando en forma definitiva. Entonces vino, en 1968, la gran ofensiva del Tet . Fuerzas combinadas del ejército regular norvietnamita y guerrilleros del vietcong atacaron las principales ciudades de Vietnam del Sur. El ataque mas emblemático fue contra la propia embajada de Estados Unidos en Saigón. Se estima que en el asalto murieron unos 45 mil atacantes que no obtuvieron victorias militares de importancia. Pero consiguieron el mas preciado objetivo: quebrar la voluntad de combate del pueblo norteamericano. El mando militar estadounidense, esta vez con razón, aconsejó pasar a una ofensiva frente a un muy debilitado enemigo. Y he aquí la paradoja: cuando Estados Unidos estuvo mas cerca de la victoria ya no había condiciones políticas para lograrla. Años de propaganda no corroborada en los hechos habían minado la confianza de los ciudadanos en su gobierno y sus fuerzas armadas. No tuvieron mas remedio que claudicar ante la presión política de un pueblo que había perdido la fe en sus armas debido a promesas incumplidas.
El cinismo, la desafección y la desconfianza en la autoridad fueron parte del llamado síndrome de Vietnam. En el sudeste asiático los uniformados de ambos bandos sabían que la batalla decisiva se libró en la mente de cada protagonista.
La credibilidad del mando político y militar repercute de manera directa en la voluntad de lucha de un pueblo. Y en una democracia, en que los gobernantes deben someterse a la voluntad de las urnas, la mentira puede marcar el fin de un mandato. Esto es así incluso para algunas dictaduras, como lo aprendieron los militares argentinos luego de su derrota en las Malvinas en 1982. Todo político con alguna experiencia sabe que la credibilidad es un capital invaluable pero también sabe cuan frágil es. No en vano se dice que la confianza crece con la lentitud de una palmera y se pierde con la velocidad con que cae un coco.
Hoy en el mundo anglosajón el concepto para manipular la información de forma que resulte favorable es el "spin doctor". Spin es darle efecto a un balón de manera que se dirija adonde uno de lo desee. El "doctoring"es asegurarse que será comprendido en el sentido buscado por el autor del mensaje. Y eso es lo que se pretende con la información. La orienta quien la emite para que tenga el efecto deseado. Esta, por supuesto, es una práctica generalizada entre reparticiones de gobierno, instituciones y empresas . Pero en temas tan delicados como la guerra recibe atención especial.
La prensa es un medio clave para vehicular campañas de operaciones psicológicas. Es un elemento central en todo conflicto pues las percepciones públicas están condicionadas por la información que reciben. Se suele hablar de campañas estratégicas de Psyop (como se las denomina en la jerga militar anglosajona) cuando están dirigidas al conjunto de la sociedad. En el caso de Irak, por ejemplo, se buscó convencer a todo trance a la ciudadanía de que era necesaria una intervención militar pues Saddam Hussein representaba una amenaza para la seguridad mundial. Las campañas tácticas son las destinadas a los combatientes o protagonistas directos. En este caso convencer, por ejemplo, a los soldados iraquíes que marchan a una muerte segura si confrontaban a las fuerzas atacantes.
En lo que toca a la prensa es a la vez un campo de batalla y un instrumento. Son pocos los conflictos que concitan la unidad nacional. La norma es que existan visiones divergentes. Siempre suele haber un bando proclive al empleo de las armas y otro reacio. De allí que las primeras escaramuzas sobre el derrotero a seguir son libradas en páginas de diarios y pantallas de televisión. Los funcionarios públicos y militares participan en forma activa en el proceso. Lo hacen, claro, en forma soterrada mediante el ya mentado trascendido o mejor aún por la filtración de informaciones. Un estudio realizado en la administración pública en Estados Unidos reveló que 42 por ciento de los funcionarios filtraban datos a los periodistas. 73 ciento dijo hacerlo para llamar la atención sobre algún asunto que estimaban importante.
Un ejemplo reciente: The New York Times publicó un artículo cuyo título es muy descriptivo: "Oficiales dicen que Estados Unidos ayudó a Irak en guerra pese al uso de gas". Son oficiales norteamericanos que afirman que su país respaldó a Saddam Hussein en sus ocho años de guerra contra el vecino Irán. Según el Times, 60 oficiales de la Defense Intelligence Agency (DIA), de Estados Unidos, facilitaron información detallada de los emplazamientos iraníes. Algunos funcionarios estadounidenses trabajaron con oficiales iraquíes en la planificación de ataques y bombardeos. En el Times se lee: "El programa encubierto americano durante la administración Reagan dio a los iraquíes ayuda clave para la planificación de batallas cuando las agencias americanas de inteligencia sabían que los comandantes iraquíes emplearían armas químicas en batallas decisivas de la guerra irano-iraquí, según importantes oficiales militares con conocimiento directo del programa". El mismo Times cita a un alto oficial de inteligencia, Walter P. Lanz que declara lo que fue el pensamiento dominante: "El empleo de gas en el campo de batalla por parte de los iraquíes no era un asunto de gran preocupación estratégica". El artículo fue un espolonazo del campo antibélico que buscaba debilitar los argumentos de la política oficial: ¿Si no preocuparon las armas químicas en el pasado a que viene la histeria actual? Los hechos denunciados eran conocidos en el ámbito diplomático. El momento y el medio escogido para divulgar los antecedentes son tan importantes como el contenido
Un caso clásico Psyop , llevado a través de la prensa, es la llamada atrocity propaganda que se libró alrededor de la situación de los niños iraquíes. Las sanciones impuestas por Naciones Unidas afectaron a gran cantidad de criaturas. La Unicef evacuó un informe en que estimaba que hasta medio millón de niños sufrieron muertes evitables. Agregó que 20 por ciento de los menores de cinco años sufren de malnutrición. Nadie podría disputar la gravedad del impacto de las sanciones sobre la población iraquí. La batalla de propagada mediática versó sobre quien era responsable. El gobierno de Hussein culpó a las restricciones que le impedían exportar mayores cantidades de petróleo para la compra de insumos de primera necesidad. Washington afirmó que en realidad Bagdad utilizó el dinero en la compra de armas y no en medicamentos.
Pocos días después de la información entregada por Unicef los diarios y noticieros publicaron una nota insólita. Era una denuncia sobre una barcaza iraquí cargada con alimento infantil interceptada en aguas de Kuwait cuando se dirigía Dubai. El titular fue: "Irak exporta alimentos para bebés". Y la información provino del mas alto nivel, de James Rubin, vocero del Departamento de Estado. Según Rubin el hallazgo "era una nueva señal de la cínica indiferencia del régimen iraquí para con el bienestar de su propio pueblo". El propio medio británico, la BBC, se interrogaba sobre la confiabilidad de la información. Una versión señalaba que se trataba de tarros vencidos que fueron enviados de vuelta al vendedor. Además se advertía que no había evidencia que vinculase a la barcaza con el gobierno iraquí.
La guerra propagandística llegó a un nivel siniestro con las procesiones de niños muertos. Taxis recorrían las calles de Bagdad con pequeños féretros blancos en las parrillas de los techos. Indignados ciudadanos y dolientes deudos culpaban a las sanciones de Occidente por las muertes prematuras. Ante el trágico espectáculo el corresponsal de la BBC se formuló la siguiente pregunta: ¿quién pinta los letreros escritos en inglés "bebé de tres días muerto", "bebé de cuatro días muerto". El periodista daba cuenta, que según un informante llamado Alí, se recogían cadáveres de varias partes del país, los mantenían refrigerados en una morgue, para luego reunirlos y organizar las caravanas mortuorias. El corresponsal transcribió lo que le contó Alí : "No hay suficientes bebés muertos. Así es que el régimen los reúne para los funerales masivos. Dijo que tenía un amigo taxista y que su hijo era funcionario de gobierno. Le contó que le había pedido viajar a Najaf- un pueblo a 150 kilómetros de Bagdad- para traer los cuerpos de niños de varios frigoríficos. El olor era insoportable. La lógica es que mas bebés muertos, mejor para Saddam. Así puede debilitar el apoyo en Occidente contra las sanciones".
Es difícil establecer si en verdad el régimen explotó la muerte de criaturas. Es posible que fuera así pero ello no cambiaba el problema de fondo: el pueblo iraquí sufrió y millares de criaturas pagaron con sus vidas por una política destinada a debilitar a un dictador. Para la masa de los iraquíes fue un doble castigo: estar privado de libertad y además padecer las sanciones económicas que poco estorbaron a los jerarcas.
Saddam Hussein es una figura del pasado. Pero la niebla de la guerra no despeja. El debate sobre la existencia de Armas de Destrucción Masiva (ADM), que fueron la justificación para atacar Irak, sigue vigente. Los medios de comunicación recibieron dossier tras dossier que probaban la existencia de estas armas. Pasan los meses y en Irak no aparecen rastros de las ADM. El asunto es serio. A fin de cuentas Washington y Londres dijeron tener conocimiento cierto que dichas armas -químicas, biológicas y nucleares- existían y eran una amenaza para la seguridad de Estados Unidos y el resto del mundo.
En Europa el grueso de la población, según lo consignaron las encuestas, era partidaria de establecer la verdad por la vía de los inspectores de Naciones Unidas. Para ganar adeptos a la causa bélica el gobierno británico divulgó en septiembre del 2002 el documento: "Irak: su infraestructura de ocultamiento, engaño e intimidación". Se dio a entender que las denuncias provenían de fuentes de inteligencia. El lector tenía la impresión que era la obra del espionaje de su majestad, el Servicio de Inteligencia Secreto, (SIS) junto a otras agencias occidentales. Pero no fue así. Cuatro páginas fueron copiadas, textuales, de antiguas publicaciones universitarias. El secretario de Estado norteamericano Colin Powell , en su discurso al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, incluso se apoyó en el estudio inglés al que calificó de valioso aporte.
Es claro que los gobiernos se tornan económicos con la verdad en tiempos de guerra. Incluso mentiras descaradas no son a menudo ni siquiera consideradas como tales. Mas bien son calificadas como argucias militares, cortinas de humo u operaciones de encubrimiento, en fin todo tipo de eufemismos que significan una sola cosa: engaño. Pero una cosa es ocultar operaciones militares y otra es mentir a los propios compatriotas sobre las causas del conflicto. En una democracia, en que los gobernantes están sometidos a la voluntad de las urnas, el engaño puede ahuyentar a muchos votantes.
Las afirmaciones de las autoridades, en todo caso, no dejaban dudas. El dossier atribuido al espionaje británico señalaba: "De acuerdo a la inteligencia juzgamos que Irak continua la producción de agentes químicos y biológicos". En marzo de este año el Presidente George Bush afirmó: "Inteligencia recogida por este gobierno y otros no deja ninguna duda que el régimen (de Saddam) tiene y esconde algunas de las armas mas letales jamás concebidas". Mas enfático aún fue el ministro de defensa Donald Rumsfeld el 30 de marzo: "Sabemos donde están (las ADM) están en una zona próxima a Tikrit y Bagdad".
Hans Blix, el jefe de inspectores de Naciones Unidas, declaró en junio del 2003 ante el Consejo de Seguridad que fueron investigados todos los lugares señalados por los servicios de inteligencia anglo americanos. Blix informó que "en ningún momento durante las inspecciones en Irak encontraron evidencia de la continuidad o reinicio de fabricación de ADM o cantidades significativas de armas proscritas".
El gobierno del Primer Ministro Tony Blair es acusado de haber reenviado seis veces a los servicios de inteligencia un informe considerado blando. Los espías advertían sobre las capacidades iraquíes. En la versión final se habló de "peligros inminentes". Donde se señalaba el apoyo de Bagdad a "grupos opositores" se escribió "organizaciones terroristas". El debate mas agudo está centrado en la afirmación de que las armas no solo existían sino que estaban listas para su uso. En concreto se señaló que podrían lanzarse con meros 45 minutos de preparación. Hablando en forma anónima con la BBC un agente confió que los mandos de inteligencia dudaban que fuera así. Y pese a expresar sus reservas fue publicado. El gobierno inglés reaccionó ante la acusación e insinuó que era víctima de una campaña destinada a desacreditarlo por parte de algunos agentes desleales.
En todo caso tanto Blair como Bush sostienen que las armas serán encontradas. ¿Cómo pueden saberlo? ¿Disponen de mejores fuentes que los propios servicios de inteligencia? El ministro de defensa Rumsfeld ya avanzó una explicación ante la frustrada búsqueda que tiene visos de una salida de emergencia. Consultado sobre por qué Irak no empleó las ADM que suponían en su poder dijo que pudo ser la sorpresa táctica de la velocidad del ataque norteamericano. Otra explicación es que Irak pudo destruir las ADM antes la guerra. Bueno, pero si así fue sería una admisión explícita que la guerra fue innecesaria.
La guerra contra Irak dejó de manifiesto altos niveles de intoxicación informativa. En algunos casos como el de la soldado Lynch importantes medios no tomaron las necesarias distancias frente a las versiones oficiales. En cambio en lo que toca a las ADM la duda ha sido constante en la prensa seria. Cada conflicto reitera que en lo que toca a los Estados la primera víctima es la verdad.
Fuente:
Ponencia preparada para el VI Seminario sobre Investigación y Educación en Estudios de Seguridad y Defensa (REDES 2003), CHDS, Santiago de Chile, 27 al 30 de octubre de 2003